Nuestro mundo está marcado por el confinamiento, las distancias sociales y los aplausos. Pero nos escapamos del silencio, tenemos la necesidad de hacer cosas, acciones, estar en movimiento nos priva de entrar dentro de nosotros. Es un mal de nuestra sociedad. En medio de este silencio, del confinamiento, me he acercado a unos jóvenes marroquíes, dos acogidos en centros hasta que cumplan los 18 años, Ibrahim y Abdelaziz y otro chico marroquí, Brahim, recién salido de un centro y que ahora hace su vida en un albergue, donde él, con 18 años, vive con otras personas que llegan a tener 60 años. El encuentro a través de videoconferencia nos lo facilitó Abdellah Ihmadi, de 42 años, que lleva cinco años trabajando con menores.