En este año de pandemia, de guerra en Ucrania y guerras olvidadas en otros lugares de nuestro planeta nos pueden salir muchas preguntas como Iglesia Sinodal que somos. ¿Cómo Jesús nos puede enseñar a caminar juntos entre sombras y luces, guerra y paz, odio y amor, penas y alegrías, enfermedad y salud, espinas y rosas, llantos y risas, muerte y vida…? Son cuestiones muy humanas. Tanto, que no tenemos suficientes respuestas si no estamos dispuestos a salir de nosotros y nosotras mismas para abrir nuevos senderos en comunidad creyente.
Durante estos días intensos de Semana Santa, con la mirada puesta en el próximo Consejo de noviembre de este año, estamos invitados e invitadas para hacer camino con Jesús. Lo podemos considerar con orgullo como la Semilla que nos da perspectivas reales de Vida en nuestra militancia de discipulado y apostolado en el mundo obrero y del trabajo. Ese Grano que, como dice Juan en su evangelio, tiene que morir para reventar la muerte con fruto abundante para toda la humanidad. “Os aseguro que, si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante”. (Juan 12,24). Y llegar, ahora y aquí, a saborear con fe, aunque las cruces nos pesen, que Jesucristo es “el Camino, la Verdad y la Vida”. (Juan 14,6a).
Las pistas de este año son como semillas que necesitan ser enterradas en nuestros corazones para que hagan proceso de germinación, conversión, liberación. Necesitarán esos cuidados espirituales de cada uno y una y dejar, sin violentar, a que vaya creciendo en nuestro interior junto a los demás con sus ritmos respectivos.