Texto e ilustraciones: Vanesa Freixa. Ganadera, activista rural e ilustradora.
Fue directora de la Escuela de Pastores de Cataluña y del proyecto Obrador Xisqueta
Una aproximación a las problemáticas existentes y qué podemos hacer para revitalizarlo
Vivir en el campo y del campo es un acto de resistencia sobrehumano, pero allí también hay numerosos proyectos preciosos que generan la posibilidad de vivir conscientemente, autónomamente, inyectando amor y orgullo por el oficio, por la tierra que trabajan y maximizando el valor y el respeto por los alimentos que hacen. Esto tendría que ser el sentimiento generalizado de nuestros campesinos. Hoy no se me ocurre ninguna actividad que sea tan digna y que a la vez se encuentre tan precarizada.
Y es que el mundo rural vive procesos de inacción altamente destructivos tanto para el tejido social como para el económico. El mundo rural se siente abandonado, incomprendido y no ayudado. Un malestar que no responde a ideologías sino a las necesidades básicas no resueltas, a menosprecios y a ignorancia arrogante por parte de quien se sienta en sillones de piel azul. Pero ¡atención!, la afectación de todo esto apunta principalmente a unos, al sector extensivo, al campesinado de tamaño pequeño y mediano, al pastoreo, al sector lechero familiar. Mientras tanto el resto, de momento, vive todavía en una abundancia que empieza a desmoronarse.
Al fin y al cabo, lo que se defiende son los derechos no solo de un colectivo sino de un territorio que básicamente ha sido modelado a beneplácito de un sistema económico que ha deslocalizado las producciones y ha buscado el máximo beneficio económico para la mayoría de actores de la cadena alimentaria exceptuando, justamente, a quien produce los alimentos: los campesinos.
El campesinado siente que no llega, que no tiene tiempo para organizarse, para generar una nueva voz que los represente. Porque muchas veces tampoco se entienden entre ellos, porque en vez de unirse por lo que significan, por lo que tienen en común –que es mucho– se menosprecian por sus prácticas, por el modelo que (no) han escogido. Deliberadamente, a través de las políticas agrarias, se ha llevado el sector primario a la atomización y, por tanto, a debilitarlo como colectivo que son.
Radiografía del campo: Industrialización intensiva
El actual sistema alimentario de los países ricos se basa en una producción INTENSIVA INDUSTRIAL. Lo pongo en letras mayúsculas porque a menudo, muy a menudo, parece que esto se olvida. Que somos una sociedad alejada de la vida en el campo es más que una evidencia, pero lo que desvela este debate es el desconocimiento, en general, que la población tiene en relación con cómo se pueden producir los alimentos y su efecto en el medio y en este presente-futuro que tanto nos preocupa.
Ahora bien, como nos recuerda Arnau Montserrat: “La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce que, a pesar de que la agroindustria utiliza el 80% de los recursos, solo produce el 30% de los alimentos. Una lista numerosa de estudios confirma que las campesinas, a pesar de utilizar solo el 25% de la tierra cultivable del mundo, alimentan entre el 66% y el 75% de sus habitantes. Son datos para tener en cuenta la próxima vez que os den la paliza con la eficiencia de los mercados.”
Por un lado, tenemos la ganadería intensiva, mayoritaria en nuestro país y que consiste en tener confinadas diferentes especies animales de razas productivas en granjas para producir el máximo de carne en el mínimo tiempo posible, sin tener contacto con prados ni luz solar en la gran mayoría de los casos. Son industrias alimentarias las que son las propietarias o que acaban integrando a muchas granjas propiedad de antiguos campesinos –haciéndolos dependientes– y que necesitan muchísimas hectáreas para justificar el vertido de purines, que aquí continúa siendo incontrolado, y que ocasiona gravísimos problemas ambientales de una manera muy intensa en las tierras de Lérida y en la Cataluña central.
La huella de la ganadería intensiva en la perdurabilidad de nuestra especie en el planeta es enorme: por ejemplo, del 14,5% de los gases, un 11% proviene del transporte vinculado a este modelo alimentario. Además, las condiciones de vida de estos animales, aunque se sigan las normativas de bienestar animal, están muy alejadas de lo que es natural. De la misma manera se alimentan de piensos que no provienen de la agricultura ecológica, muchas veces importados de fuera, y medicalizados.
Una vez llegado el momento del sacrificio (70 millones de animales se matan anualmente en España), los animales son transportados por decenas en camiones a grandes mataderos para ser sacrificados y llegar a nuestras mesas y poder comer proteína animal de muy baja calidad y en cantidades muy superiores a las que necesita nuestro cuerpo. Si aquí hablásemos de la agricultura intensiva, también tendríamos que añadir la explotación laboral normalizada que hay detrás y la gran cantidad de productos químicos que son vertidos en estos productos. Se estima que el 90% de la producción mundial de carne y de pescado proviene de granjas y piscifactorías industriales.
Hay una falta de políticas públicas que acompañen y garanticen la tierra a un número cada vez más significativo de personas que, fuera del marco familiar, quieren acceder al oficio aplicando este otro modelo de economía circular e incidencia positiva en el entorno rural. ¿Y cuál es el resultado de todo ello en nuestro entorno inmediato? Una homogeneización del paisaje y un incremento de la masa forestal de la cual –en general– no se hace ninguna gestión y, por tanto, acaba siendo un polvorín para futuros grandes incendios forestales (como hemos visto, desgraciadamente, este verano pasado). Si no actuamos en esta dirección, lo que cambiará drásticamente será el paisaje de Cataluña, como ya ocurre en otros lugares del mundo. Y quizás teniendo en cuenta esto podremos entender mejor que escoger un modelo alimentario u otro tiene una incidencia capital y, sobre todo, que hacer políticas que garanticen el acceso a la tierra es un pilar fundamental.
Falsos debates
Hace unos meses presenciamos uno de los muchos debates –manipulados– políticos con el ministro Garzón de protagonista. Su relato, que clama por una ganadería extensiva, localizada y redistribuida en renta y en tierras –un escenario de justicia social–, es atacado, sin defensa, frente al relato de la derecha. Un relato en el cual, para salvar SU silla y la de las grandes empresas acaparadoras de tierra, manipulan a los trabajadores de las macro granjas, a los vecinos y a las vecinas de los pueblos y a otras empresas de la zona de Castilla, para hacerlos creer que la izquierda les quiere quitar el trabajo y el pan (porque nadie cree en la ganadería extensiva ni en el pastoreo, porque lo han dejado hundirse estos mismos partidos y estas mismas empresas). Son tales el desconocimiento y la manipulación que permitimos (la gente de los pueblos permite y hace suyo este relato promovido por alcaldes, empresarios y otros políticos) que, además, nos hacen creer que las macro granjas son el símbolo de progreso de la España vaciada. ¡Qué poca vergüenza!
Vivimos una era en la que la opción alimentaria ha pasado de ser simplemente una cuestión de salud a ser una cuestión de conciencia política y la carne aquí tiene un papel destacado, dictaminando socialmente quién parece que hace el bien y quién no, quién es más consciente, sensible y humano y quién no. Esto despierta unos debates muy crispados y polarizados en los que no se da la opción a un espacio intermedio. Perdemos la oportunidad de ir al fondo de la magnitud de la tragedia, que al final es hablar de un modelo económico, de un modelo de sociedad y ver qué puntos tenemos en común para alcanzar, al fin y al cabo, lo que nos preocupa a la mayoría: permitir que el planeta nos pueda continuar acogiendo.
Cuando hablamos del modelo alimentario y de política, estamos hablando de que un país decida si escoge producir sus alimentos de una manera intensiva, industrializada, deslocalizada y sin justicia social en el mercado global, o bien producir unos alimentos de una manera extensiva, de proximidad, a través de un campesinado familiar y de manera ecológica, que hace una venta directa a través de mercados locales y que se paga a un precio justo, sin explotaciones de ningún tipo. De lo que tendría que estar hablando la política, a parte del modelo alimentario, es de garantizar nuestra soberanía alimenticia, protegiendo la tierra del acaparamiento de las grandes empresas que quieren monopolizar la producción del futuro.
Confundir valor y precio
Comemos más de lo que nos conviene, explotando una buena parte del planeta y, además, desperdiciando cantidades ingentes de comida. Uno de los resultados nocivos de esta política es que no damos valor a lo que comemos porque, de hecho, la mayoría de veces engullimos. Y es que lo engullimos todo. Entre el 73% –la franja de más edad– y el 91% –la franja más joven– de los productos que consumimos los adquirimos en supermercados e hípers convencionales, que no tienen una política de consumo de proximidad. A estos gigantes alimentarios que quieren obtener el máximo beneficio al coste más bajo, tendremos que sumar en breve la bestia de las bestias que arrasa con todo: Amazon, que entra ya en la distribución de alimentos.
Esta evolución ha llevado al inicio de una involución. Hemos olvidado que los alimentos se cogían en la temporada que tocaba, que no se podía comer de todo cuando uno quisiese, que todo lo que se cogía se aprovechaba en casa para que durase y que se conseguía sin arrojar ningún fertilizante químico a la tierra, ya que se abonaba. Esto pasaba cuando la gente estaba vinculada al campo y obtenía directamente una parte de su comida. Ahora las cosas son diferentes. Dependemos de terceros para poder acceder a cualquier alimento. Esto responde a un modelo que ha optado por intensificar la actividad agraria y ganadera y ofrecernos productos de dudosa calidad a bajo precio.
Nos hemos acostumbrado a ver camiones por las autovías cargados de animales, principalmente cerdos y aves. Sin saber que esto es fruto de un modelo intensivo que produce carne barata, criada en granjas cerradas, comiendo pienso de manera continuada y en condiciones indeseables. Estas son las condiciones de vida de la comida que nos ponemos en la boca.
Hay que tener claro que la prioridad es garantizar unos alimentos de calidad para todo el mundo. Y esto comporta cambiar nuestro orden de prioridades y de gastos y entender que quizás tendremos que erradicar aquello superfluo de las compras habituales y dedicar tiempo, dinero y esfuerzo a garantizarnos unos buenos alimentos tanto en casa como en los comedores colectivos (escuelas, hospitales) o en los restaurantes.
Quien quiere tener una alimentación más consciente —que parece estar al alcance de unos cuantos— ha de tener voluntad de informarse y pensar a la vez en la salud y en el medio ambiente. Y ambiental no quiere decir solo reciclar y comer eco —que puede ser eco, pero de producción industrial o de origen transatlántico—, sino que ambiental quiere decir también garantizar un medio rural vivo y compaginar la huella ecológica con la práctica diaria de consumo, de transporte y de ocio. Lo que sería necesario es que nos preocupásemos más del origen de los alimentos, de comer productos de temporada, de saber cómo se producen y si ayudan a revitalizar el medio rural.
Sin embargo, no es fácil acceder a este tipo de alimentos; querer alimentarse dentro de un modelo consciente resulta una carrera de obstáculos. Hoy, si quieres comprar producto local y de base agroecológica, tienes que formar parte de una cooperativa de consumo o de un supermercado cooperativo. Los efectos de nuestras acciones son importantísimos: si compro de proximidad, favoreceré que el campesinado próximo tenga un canal de venta justo, y mantenga su negocio más allá de la resistencia. Si consumo de proximidad, se irán ampliando las zonas agrarias, diversificadas, fijando el carbono y ayudando a generar menos emisiones de CO2 a la atmósfera.
Transición para evitar el colapso
El pasado mes de marzo la Unión de Payeses inició la campaña “Los payeses dicen basta”, muy centrada en la gran distribución, donde se reivindican un conjunto de temas que principalmente se refieren a los bajísimos precios en origen, los sobrecostes de producción, la competencia de las importaciones, los daños de la fauna salvaje y la excesiva burocratización. Pese a estar muy de acuerdo porque son temas ya recurrentes y nunca resueltos, justamente por ello hay que dar un paso más allá. Se tiene que cambiar la manera de actuar como se ha hecho hasta ahora porque claramente vemos que no tiene resultados.
El mundo rural ya se encuentra en la deriva del colapso, igual como lo están haciendo el resto de sectores económicos a escala planetaria. Tendríamos que estar todos, masivamente, en la calle para reclamar unas condiciones dignas para nuestro campesinado (que debería de ser el que nos alimenta y no el que viene de lejos y a quien también se le explota), para garantizar la soberanía alimentaria de nuestro país, para proporcionar las condiciones necesarias para que toda la población tenga alimentos de calidad –no tóxicos y de proximidad.
Tendríamos que estar planteando gradualmente la transición agraria hacia modelos menos dependientes de los combustibles fósiles y de las importaciones de materias primas. Tendríamos que establecer los antiguos cupos de consumo de gasoil, y no es ninguna exageración, priorizando su uso para la producción alimentaria y el transporte de bienes básicos. Nos debemos preparar queramos o no, nos lo creamos o no, hacia un nuevo paradigma en que la capacidad energética mundial disminuirá entre un 30% y un 40% de la actual y por lo que parece, para siempre.
No entiendo cómo no se está hablando de proteger la tierra agraria del acaparamiento, de paralizar la contaminación de los acuíferos para garantizarnos el acceso al agua que ya escasea; de prever como lo haremos para incorporar nuevas y nuevos agricultores al campo para que tengamos la comida garantizada. De proteger toda la tierra agraria alrededor de las ciudades. No puedo entender cómo no se está formando a los campesinos actuales para saber cómo tendrán que afrontar el cambio de temperatura y de condiciones climáticas para continuar con su trabajo y continuamos empeñados en hacer cursos para que se actualicen tecnológicamente, sean más competitivos o encuentren el cultivo-panacea que sea el nuevo pelotazo agrario.
Me cuesta entender cómo no nos estamos uniendo sociedad civil y campesinado, rural y urbano, organizaciones de todo tipo para promover huelgas indefinidas, acciones contundentes para hacer cambiar esta realidad, generar discurso, alternativas, acciones que giren para efectuar esta transición inevitable y de esta manera reforzar la falta de tiempo para las reivindicaciones tan necesarias a las que nos podemos dedicar las personas que están en el campo. ¿Por qué no estamos conjuntamente construyendo esta nueva realidad, proporcionándonos nuestras propias herramientas y soluciones para hacer a los territorios, a escala local, más resistentes y así favorecer un cambio de modelo territorial? No puedo entender cómo no se está haciendo un trabajo en común con un grupo importante de técnicos, de ayuntamientos, científicos, de medios críticos y de activistas con los agricultores existentes para construir esta nueva realidad, este nuevo futuro nuestro. Tenemos toda la fuerza.
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Deliberadamente, a través de las políticas agrarias, se ha llevado al sector primario a la atomización y, por tanto, a debilitarlo como colectivo
La huella de la ganadería intensiva en la perdurabilidad de nuestra especie en el planeta es enorme
Escoger un modelo alimentario u otro tiene una incidencia capital y hacer políticas que garanticen el acceso a la tierra es un pilar fundamental
De lo que tendría que estar hablando la política, a parte del modelo alimentario, es de garantizar nuestra soberanía alimentaria
Sería necesario que nos preocupásemos más del origen de los alimentos, de comer productos de temporada, de saber cómo se producen y de si ayudan a revitalizar el medio rural