“El turismo masivo es la coartada de la economía criminal”
Media tarde, día de Sant Jordi, en medio de la Rambla. Itziar González Virós (Barcelona, 1967) llega con retraso, viene de Olot, donde le ha llevado su nuevo proyecto profesional: la rehabilitación del casco antiguo de la capital de la Garrotxa. Enseguida se pone en solfa. Aunque en principio se deja tomar fotografías a regañadientes, después nos atiende pacientemente en el fondo de un restaurante donde la conocen y le dejan una mesa para que hablemos un rato. Todo, en “su casa”, en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona, donde ha vivido casi toda su vida y de donde fue concejala (2007-2010) hasta que dimitió antes de terminar el mandato al destapar y denunciar un caso de corrupción funcionarial.
Antes y después de esta corta etapa de política institucional, tiene un largo currículum y bagaje de activismo y como profesional en diferentes lugares y proyectos que la hacen definirse como arquitecta social. Su vocación de arquitecta social empezaría justo al acabar la carrera de arquitectura, cuando hizo “un juramento hipocrático” que nunca haría obra nueva. Juramento realizado en los años de ebullición constructiva que vivía la ciudad de Barcelona en los años previos a los Juegos Olímpicos de 1992.
Cuéntanos, para empezar, qué es lo que llamas arquitectura social.
Es volver a dotar al urbanismo de todo lo necesario para que las personas generen vínculos entre ellas en sus espacios, en sus barrios, en sus ciudades. He ido desarrollando una metodología y he ido colaborando con distintos agentes institucionales y sociales que me pedían procesos de deliberación y mediación entre las partes. Dado que tengo experiencia de vecina, activista, técnica municipal y concejala, conozco un poco todas las casuísticas y me es fácil “empatizar” con todas las partes. Hago como mediadora entre agentes diversos. Trato de generar proyectos comunitarios, y en ocasiones hago de refuerzo en temas de calidad democrática y participación con diferentes ayuntamientos.
¿Trabajas sola o en equipo?
Sola, pero cuando voy a los sitios —he trabajado en Euskadi, en el Priorat, en Francia, en Suiza…—, trato de crear un equipo con la gente joven de allí, hago plantel. Siempre me comparo con aquellos artesanos de la edad media que eran expertos en hacer vidrieras. Estaban en Toulouse, después iban a la catedral de Girona, después a Barcelona y trabajaban compartiendo sus conocimientos con la gente de los lugares.
Y ahora estás en Olot…
Sí, pero no he ido como un arquitecto que va a realizar obras, sino como un arquitecto que va a rehacer la comunidad, para que, conjuntamente, privados, administración y sociedad en general, vecinos y entidades, defiendan el casco antiguo como un bien común. Si no existe la comunidad que lo reivindica, no se puede hacer el trabajo bien. He ido a vivir allí, a otra ciudad vieja.
Dices que las ciudades deben latir al ritmo de la gente, ¿en Barcelona ocurre esto?
En Barcelona existen pequeños espacios muy auténticos que resisten, pero es verdad que la realidad global y sobre todo la del mercado inmobiliario han impedido que esta ciudad se pueda conjugar en primera persona.
Da la sensación de que el diagnóstico está claro, gentrificación, masificación turística…, pero no se tocan o no se quieren tocar las teclas de hacer cambios.
A ver, existen dos fenómenos. Uno es la gentrificación; el otro, la turistización. La turistización es peor que la gentrificación, porque con la gentrificación, aunque es la sustitución de población de clases populares de un lugar por la de clases más acomodadas, siguen viviendo personas. Por tanto, hay esperanza. Pero la turistización es realmente letal, porque básicamente lo que hace es garantizar que en un territorio no haya ningún vecino y, por tanto, no haya vida política.
La turistización funciona de la siguiente manera: vaciamos un territorio de vecinos e instalamos un dispositivo de ocio para personas que van y vienen. De alguna forma convertimos las ciudades en contenedores. Los pisos son fijos, la parte material, son el contenedor, y la carga cambia todo el rato.
Y es un gran negocio…
Sí, la turistización es el gran negocio porque permite que la economía blanquee capital con el parque inmobiliario, la droga, el tráfico de personas… y todo ello en una marea de turismo queda bien justificado. Hay mucha gente que consume cosas y, por tanto, tú puedes abrir negocios, que no son realmente negocios, que no tienen realidades o nadie vive y puedes ir blanqueando.
Siempre digo que el turismo masivo es la coartada de la economía criminal. Esto es la verdadera economía que está funcionando en muchos lugares de Europa y, desgraciadamente, también en Barcelona.
¿Se pueden hacer cosas por revertir la situación?
Cuando gané el concurso de rehabilitación de la Rambla junto con la UTE KmZERO, profesionales de Ciutat Vella, propusimos una solución para la gentrificación. Dijimos que cada vez que el Ayuntamiento urbanizara o mejorara un espacio público, escriturase en el registro de la propiedad una afectación.
Tienes que decirle al privado a quien se mejora el valor urbanístico de su edificio, que como esta mejora la hemos producido con rentas públicas, debemos recuperarla.
Tú puedes inscribir las fincas que son contiguas al espacio mejorado y ponerles una afectación, que significa, usted si se lo vende, la diferencia de precio nos la da, y si no se lo vende y quiere devolvernos esto, póngalo quince años de alquiler a tal precio y consideraremos que está haciendo un retorno social.
Hay formas de cooperar con lo privado y hacerlo sensible, que no puede ser simplemente una actitud de extractivismo y que una ciudad como todo ecosistema necesita ser circular.
Por tanto, lo que no puede ser es que las rentas de los que vivimos, las rentas públicas, se lleven a las privadas y que las privadas no hagan un retorno social.
¿Todo pasa por que los que mandan tengan voluntad política de hacer cambios?
Todo pasa por que el político deje de practicar la política clientelar y de favoritismos y se ponga realmente al servicio de los contribuyentes y de la ciudadanía, indistintamente de lo que votemos. Hay gente que está más interesada en el poder y todos los cargos y toda la economía que se les genera de tráfico de influencias que realmente en realizar un verdadero servicio público.
Por tanto, ¿tú debes estar muy convencida de aquella frase que dice que si tú no haces política te la hacen?
Yo considero que los partidos políticos no están haciendo política y están demasiado interesados en cuestiones del poder. La intuición de la propuesta que hicimos en 2012 de un Parlamento Ciudadano es que debemos complementar el poder delegado, con otro poder ciudadano fiscalizador, que controle e impulse los observatorios ciudadanos, y que se publiquen los datos…
La ciudadanía se está dando cuenta de que no es que le hagan la política, es que el dinero que está aportando a través de sus contribuciones al común, va a cosas que son totalmente antisociales.
No puede ser, por ejemplo, que los pliegos de condiciones para los servicios en los hogares, personas sin hogar, residencias de personas mayores, etc., los gane la empresa de Florentino Pérez. «Ah, es que son las normas, es que esto se hace así…» ¡Pues cambia los pliegos de condiciones!
Otro ejemplo, ¿cómo podemos concebir que acompañemos a los menores inmigrantes hasta los 18 años, y a partir de los 18 pasemos y los dejemos en la calle? Hay que ser psicópata como Administración porque, «escucha, es la misma persona». «Ah, no, administrativamente ha cambiado su rango.» ¿Cómo que administrativamente? Es una persona.
Me llama mucho la atención cómo el político se inhibe de las acciones realmente transformadoras y considera que la Administración es como una realidad en la que ellos únicamente pueden entrar para corromperla y no para transformarla.
Pero ahora los ayuntamientos ya hacen consejos de barrio, presupuestos participativos…
La democracia formal tiene sus rituales. Primero eran rituales asemejados a los de los caciques, del poder unipersonal del dueño y después del alcalde. Con el tiempo y la democracia, los ciudadanos parecían delegar en los representantes de los partidos. Ahora, últimamente, parece que se hace hueco a la representación ciudadana directa y ya hay consejos ciudadanos. Pero siempre es una pequeña apertura formal, ¡nunca es intrínsecamente cultural, ni liberadora, ni vinculante! ¡Queda mucho camino por hacer!
Hablan de participación, pero tú dices cooperación, ¿un escalón más?
La participación es que alguien desde arriba invita a participar a otro. Implica una jerarquía. La cooperación es que yo sin ti no puedo hacer nada. Yo hablo de cooperación porque la Administración hace su papel, pero la ciudadanía, si estamos poniendo horas y estamos cooperando, debemos ser reconocidos y tenemos los mismos derechos para definir las actuaciones de interés general. Esto es, el resultado no puede ser únicamente consultivo. Escucha, yo estoy poniendo horas. ¿Qué recibo yo de esto? Por tanto, yo creo que el salto y la profundización en la democracia directa deben hacerse.
¿Es poner en el centro a las personas?
El modelo es que, tengas el rol que tengas, mires a todo el mundo como persona; si tienes delante a un político, míralo como persona, no como representante de un partido; si tienes un técnico, no lo mires como un funcionario que ha de hacer unas horas, mírale como una persona que tienes que motivar, que tienes que formar, tienes que velar por él, tienes que cuidar. Es una persona, no es una máquina. Un vecino es una persona, todo el mundo…
Lo más infernal son esos fondos buitre que son impersonales. Están en el mundo de la bolsa, de la especulación, en el que no hay personas.
Pero en todos los demás ámbitos, sea una empresa privada, sea incluso un gran tenedor, si hay una persona, podemos hacer política. Podemos hacer, podemos construir, aproximarnos.
Si hay personas, existe esperanza. Si decidimos que las administraciones funcionen como máquinas ciegas, si decidimos que el mundo financiero manda, si lo hacemos abstracto, si lo deshumanizamos, entonces estamos perdidos.
Y yo me temo que los partidos políticos se están deshumanizando por maquinarias partidarias que tienen unas cuotas, unos ingresos, unos espacios de influencia, que les permiten tener más poder. Es una maquinaria infernal, no es humana.
Por tanto, yo te digo: hay vida política, si hay personas.
Hablando de política, cuando eras concejala del distrito de Ciutat Vella alertaste de un caso de corrupción en el otorgamiento de licencias para pisos turísticos por el que fueron condenadas diecisiete personas por distintos delitos. Tuviste que dimitir por falta de apoyo.
Yo, en el momento en que dimito, me doy cuenta de que tengo una gran vocación política en tanto que ciudadana, porque no soporto no hacer lo que hemos venido a hacer los que queremos hacer esto. Yo era muy feliz con el trabajo de concejala de Ciutat Vella, la formación de arquitecto y urbanista me permitía diseñar cosas prácticas, me lo estaba pasando francamente bien, pero iba con escolta, estaba amenazada de muerte, me entraron en casa, todo bastante estresante. Al final, la situación era ya muy límite, también sabía entender que yo era persona no grata, que no me estaban apoyando. Me pareció que lo más elegante era mostrar la impotencia, porque precisamente, porque existe ese interés en el poder, me parece relevante que alguien muestre que hay algo más importante que el poder, tus valores de compromiso y de servicio público. Y opté por hacer esta dimisión muy consciente de que no quería ir criticando a nadie, sino de una forma silente, porque yo no compartía cómo se comportaban ante la corrupción y no compartía otras muchas cosas.
Hasta trece años después, ya con la sentencia firme del caso, en el Ayuntamiento de Barcelona no se hizo un acto de reconocimiento y se abrió un expediente por posible resarcimiento patrimonial que no tuvo el apoyo del partido (PSC), que es quien te había puesto en sus listas como independiente.
En el momento del juicio, a la persona que me amenazó de muerte, le rebajé la cantidad que debía indemnizarme porque valoré que su acción contra mí era grave, pero mucho peor era cómo fui tratada por la institución a la que servía. A mí quien debería resarcirme de todo el sufrimiento es la institución. Y me pareció que la administración debía hacer un gesto indemnizándome el año en que no trabajé ni tuve paro. Yo no quería que las personas me pidieran perdón, yo quería que la institución tuviera que reconocer que se había equivocado. Pero la institución es corporativista, le cuesta mucho reconocer que había funcionarios corruptos, prefiere criticar a una concejala que denuncia la corrupción, que reconocer que tenía corrupción dentro.
Y hablando de corrupción, en 2015, por iniciativa del Observatorio Ciudadano contra la Corrupción, que presides, fue firmado por todos los partidos del Parlament de Catalunya, salvo el PP, un pacto contra la corrupción. ¿Qué recorrido ha tenido?
Sí, hicimos un pacto social contra la corrupción. Lo firmaron más de setenta entidades. Con esto nos fuimos al Parlamento y pedimos que ese pacto lo firmaran los partidos políticos. Lo firmaron todos menos el PP. A partir de ahí, como nosotros, con la idea del Parlamento Ciudadano, habíamos confluido con los políticos y ellos estaban creando la comisión parlamentaria para analizar las causas estructurales de la corrupción, se nos invitó a acudir a la comisión. Y aquí, por primera vez, nos acercamos a hacer el parlamento ciudadano efectivo, por un lado, los partidos políticos y por otro, nosotros. Asistimos a todo el proceso, hicimos las conclusiones, hicimos el resumen e hicimos tanto trabajo que se acordó que cada dos años el Observatorio Ciudadano contra la Corrupción sería el responsable de organizar en el Parlament una cumbre contra la corrupción. Así, cada dos años juntamos a las entidades, los partidos políticos y los órganos de control y hacemos un seguimiento de los acuerdos que tomó el Parlamento que desgraciadamente es muy ínfimo.
Ejecución escasa, pero, además, el PP, uno de los partidos más grande y con mayor poder del Estado español, no tiene ningún problema en no adherirse a un pacto contra la corrupción.
La corrupción es una palabra que únicamente sirve de arma de destrucción entre partidos. Nada más, no tiene más consecuencias. La defensa de las personas alertadoras es cero, no existe, hay muchos órganos que “viven” institucionalmente del tema, pero, salvando algunas excepciones, por lo general, no funciona. Nadie quiere luchar contra la corrupción porque está intrínsecamente en el funcionamiento de los partidos políticos.
Entonces, ¿qué vía nos queda?
La cultura de la integridad. Es decir, volver al mundo de las personas y valores democráticos reales. No queda otra, que la de realizar formaciones en la integridad pública, formar a los cargos en la integridad pública, ayudar a la gente a que tenga herramientas para fiscalizar las cuentas, es decir, que vuelva a ser estimulante, mejorar, ser mejores.
Yo siempre les digo que los que son independentistas, más que pedir que Catalunya se independice, deberían pedir que en Catalunya se avanzase en valores, en integridad pública, por ejemplo. Por tanto, yo sí creo que un proyecto para este país puede ser luchar por construir bienestar y justicia social desde la cultura de la integridad y la arquitectura social. Debemos volver a hacer un pacto social entre los contribuyentes y nuestras administraciones, los que gestionan, porque se ha roto, nadie confía en nadie.
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“El cristianismo es mi base cultural, yo tengo la compasión, la empatía, el valor de las personas, la esperanza”
Complemento
“El cristianismo es parte de mi base cultural, ética y personal”
Itziar se extraña de que, siendo una revista de un movimiento cristiano, no le hagamos ninguna pregunta directa sobre esta realidad, y es ella que expresa que quiere manifestarse: “El cristianismo es mi base cultural, yo tengo la compasión, la empatía, el valor de las personas, la esperanza. Gracias a mi padre, y a mi madre [Josep Antoni González Casanova, 1935-2021, y Maria Rosa Virós i Galtier, 1935-2010], he tenido este acompañamiento. Yo dibujaba mientras hacíamos la catequesis, puedo decir que me hice arquitecto dibujando el Evangelio. Es parte de mi base cultural, ética y personal, lo reconozco sin ningún problema. Lo llevo con mucho orgullo y no me avergüenzo. Soy más espiritual que religiosa, pero no reconocer mi base cristiana sería no ser honesta ni hacer reconocimiento de lo que se me ha dado en mi entorno familiar y social.”