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Lluís Homar, actor en peregrinación al ser

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Dios está allá, ahora, aquí, es sencillo, a tu disposición y coste cero”

Por: Ton Clapés i Pons
Fotografías: Jordi Esplugas

Después de una estancia de más de cinco años en Madrid, donde ha dirigido la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Lluís Homar (Horta, Barcelona 1957) ha vuelto a su ciudad con muchos proyectos, con el horizonte de una retirada de la escena anunciada para dentro de dos o tres años y también de la marcha de la ciudad hacia el mundo rural. Pero por ahora no para, y esta primavera ha rodado dos películas, Marfil y Ébano, dirigidas por Óscar Pedraza y producidas por Álex de la Iglesia, y en verano afronta, en el impresionante teatro romano de Mérida, el estreno de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, obra con la que posteriormente itinerará por diversos teatros de España. También ha participado en un documental que Sílvia Munt está haciendo sobre la escritora Mercè Rodoreda.

Más allá de su actividad en el mundo teatral, Lluís Homar estos últimos meses ha expresado y explicado su experiencia de “reencontrar a Dios”. Empezaremos por ahí.

Has dicho que un libro cambió tu vida.

El libro que me giró del revés fue Biografía de la luz, de Pablo d’Ors. Me lo regalaron el día del estreno de El príncipe constante, de Calderón de la Barca, un personaje que tiene mucha sustancia, no deja de ser un místico, en cierto modo. Y mientras yo representaba El príncipe constante, iba leyendo este libro, que es una mirada mística sobre los evangelios. Y no podía creer cómo el libro me tocaba, me hablaba, me decía…

Pero tú siempre has mantenido un anhelo de buscar la trascendencia y la espiritualidad.

Nosotros somos ocho hermanos, en casa había habido siempre un espíritu religioso muy importante, cuando tenía catorce o quince años mi signo de rebeldía fue dejar de ir a misa, decir yo no creo, fue como posicionarme. Pero cuando entré en el Teatre Lliure con diecinueve años, tenía como un anhelo dentro de mí. Primero empecé haciendo yuki y katsugen, que eran prácticas orientales, y después el taichí, el txikung, el taoísmo, el zen… Quiero decir que siempre había como una inquietud, una inquietud de algo que necesitaba ser encauzada, que necesitaba que encontrara un camino. Me di mucho tiempo, hice también mindfulness, hice retiros de Vipassana con el maestro budista Dhiravamsa. Todo esto me iba conformando una relación conmigo, con la vida, y cada vez iba cogiendo más espacio.

¿El golpe definitivo es Pablo d’Ors y los Amigos del Desierto?

Pablo me devuelve a casa, diríamos. Me conecta con lo que era mi raíz, aunque existe ahora una realidad muy interreligiosa, que dependiendo de qué parte del mundo, todo el mundo tiene su manera de manifestar al Dios, de creer los ritos. Pero lo importante, ya lo dice Ibn Arabí en el siglo XII, es seguir “la religión del amor”, que es lo que nos une.

Y también te debe ayudar que en la Compañía Nacional de Teatro Clásico profundices en los autores místicos.

Lo primero que hago cuando llego a Madrid es san Juan de la Cruz. Recuerdo que empezaba el espectáculo ─aún no había leído el libro de Pablo, Biografía de la luz─ y en un momento hablábamos del desasosiego y de las diferentes maneras como el ser humano busca sosegarse. Y a veces esto es el yoga, el budismo… Pero no hace falta que vayamos a la otra punta del mundo a buscar el remedio. Aquí tenemos unos místicos muy importantes, como san Juan de la Cruz, santa Teresa o Miguel de Molinos.

A mí me gustan mucho los místicos. El misticismo, justamente, lo que hace es un nexo de unión entre todas estas sensibilidades religiosas, porque está casi siempre separado de los dogmas y normativas. Es un anhelo, es como subir una montaña por diferentes caras para llegar al mismo sitio, porque hay diferentes formas de llegar. Y entonces descubrí cuál era la mía.

Reivindicas que los místicos no son unos “colgados y sí unos antisistema…”

Son personas que te dan herramientas concretas para que aquí y ahora tú puedas hacer un camino y que puedas, realmente, encontrar o reencontrar un sentido de vida.

Es esa cosa de lo absoluto de Dios. Tú puedes leer a san Juan de la Cruz y no te habla de misa, y no te habla de culto, te habla de lo absoluto de Dios, el todo, el nada. O sea, te abre a la dimensión desconocida, de forma radical.

San Juan es un místico cristiano que aglutina y concentra toda esa inquietud a lo largo de tanto tiempo que venía más manifestada por el taoísmo, el zen, el budismo.

San Juan estuvo dos veces encarcelado por los propios carmelitas. La segunda vez es santa Teresa quien le ayuda a escapar. A Miguel de Molinos, los jesuitas le tienen recluido diez años en Roma, porque son gente que, en cierto modo, ponen en evidencia el despropósito de lo que se ha construido sobre una realidad que es la esencia. Yo también tengo la conciencia de que desde la Iglesia se han hecho barbaridades de todo tipo. Hay algo que no puedo entender: ¿una mujer no puede ser sacerdote? Hay una serie de cosas que me cuesta mucho poder encajar.

En este cambio de vida, ¿qué haces que no hacías?

Algo que hago que no hacía es ir a la eucaristía. No siempre es fácil encontrar la eucaristía que te sientas cómodo, porque también es importante la persona que la oficia. En Madrid ha sido un sitio muy importante para mí la iglesia de las trinitarias, donde celebra Pedro Huerta. En Barcelona lo he encontrado en los jesuitas de la calle Caspe.

La Eucaristía es fantástica. La capacidad que tenemos de compartir el pan y el vino y hacer presente a Jesucristo, para mí es un viaje, la esencia de la Eucaristía es brutal. Nos abre un espacio… y con Dios: está ahí, ahora, aquí, en este momento, es sencillo, a tu disposición y coste cero.

Bien, en esto utilizo palabras de Pablo d’Ors: estamos como al final de una era, que es la era de la razón, y estamos abiertos a la era de la conciencia. La era de la razón nos ha hecho realizar unos avances increíbles como humanidad, pero también tiene sus limitaciones, es como si nos hubiera ido desvaneciendo la posibilidad de abrirnos a otra dimensión. Y esa otra dimensión, para mí, en una Eucaristía, se hace muy evidente. A partir del momento de comulgar, tienes la posibilidad de encarnar y ser eso otro. No es como esa idea de Dios que es un señor con barbas y que decide qué está bien y no lo está. A mí me gusta mucho esa idea de que Dios depositó una semilla suya en el corazón de todos los humanos. Y está en todo el mundo. Dios está dentro de cada uno. Esta semilla que tienes, puedes hacerla crecer, puedes alimentarla, y si nosotros nos conectamos de semilla a semilla, tenemos la posibilidad entre todos de generar, de recrear, de ser parte, de ser Dios. Y esto es como el erotismo. Es una realidad que está a nuestro alcance, que no cuesta dinero, y que nos permite estar en una dimensión de la vida absolutamente jugosa y llena de sentido.

Lo explicas como si fuera fácil, pero no lo es…

Porque vivimos en un mundo que es la antítesis de esto, porque todo este mundo de la razón que hemos creado nos lleva a estar en una realidad de la que yo me siento a menudo prisionero… No sé si prisionero es la palabra, pero estamos enganchados a lo que tenemos, a las emociones, a los pensamientos.

A mí me gusta pensar que todo esto que es nuestro día a día, que damos como realidad, es parte de la ilusión, que la Realidad en mayúscula tiene que ver con esa otra dimensión.

Entonces aquí se abre una posibilidad de vida que para mí se ha hecho muy atractiva, porque no tiene que ver con lo que tienes, sino con lo que eres. Me gusta mucho esta idea de la peregrinación al ser. Emprender el camino hacia tu esencia. Y esto es un camino de vida. Porque en ese camino… ir a Dios es ir a ti. O sea, al autoconocimiento. Y con todo lo que esto conlleva.

Haces más de una hora y media de meditación diaria, participas activamente en los seminarios y encuentros de los Amigos del Desierto.

Esto es como un entrenamiento, es ir practicando, ir practicando, ir practicando, y ya hace muchos años que medito poco o mucho, pero de forma así regular hace diez años. Ya forma parte de mi alimento, lo necesito.

Y algo que también es muy importante como práctica ─porque, quieras o no, llevamos tanto dentro el hecho de que lo que haces es en tu beneficio─ es que meditar tiene una parte para mí muy útil, que es practicar para ofrecer. Ese rato que le dedicas no es por tu bienestar, sino que es porque tú te entrenas a dar. Al final lo que es más importante es revisar cada vez, cuando te pones, si has meditado por ti o has meditado para dar. Meditar por nada, meditar para ofrecerlo. A Dios, al infinito, a los seres humanos, y aquí muchas veces me doy cuenta de que lo hago por mí.

Pasamos al teatro. ¿Todos los papeles que haces son como un traje que te pones cuando toca y después lo dejas, o algunos dejan poso?

De mal rollo me vienen dos personajes. Uno es el Coriolano de Shakespeare, que era un personaje que se definía a sí mismo como un señor, el absoluto, y yo tenía una mala relación; él me miraba a mí y me decía tú no eres el actor para hacer de mí; y yo le decía y tú me interesas poco; porque siempre me gusta ─lo intento de una forma u otra─ enamorarme del personaje que hago.

El otro que también me costó mucho fue cuando hice la película de Montxo Armendáriz No tengas miedo, sobre los abusos dentro de la familia y yo hacía de padre abusador. Estuve un año y medio preparando este personaje. Y cuando estaba en el rodaje tenía la sensación de que la gente me miraba como… Me sentía como si yo mismo estuviera sucio.

Pero era tanta la conciencia de estar sirviendo a una temática tan necesaria de divulgar, que el tener conciencia de que yo estaba contribuyendo, aunque me tocaba desempeñar el papel más desagradable, eso me compensaba y me daba sentido.

Ahora que se ha vuelto a hablar del Estatuto del artista han salido algunos datos como que el 52% de los actores y actrices deben compatibilizar el teatro con otros trabajos.

Sí, existe una cantidad de paro increíble. Pero mi experiencia es que no he parado y tengo sesenta y siete años. Sólo tuve un momento de parada que no llegó a medio año.

Y otro dato, sólo el 23% supera los doce mil euros de ingresos brutos anuales.

Es un sector muy complicado, complicado. Y, además, ¡cuántas hornadas de actores entran cada año dentro de nuestro sector, de las escuelas, oficiales y no tan oficiales! Son muchísimos.

Cuando estaba en Madrid con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en la sexta promoción de la compañía joven se presentaron novecientas sesenta personas y debíamos elegir doce, seis actores y seis actrices.

Y es la única compañía estable por un período de tiempo que hay prácticamente en toda España. No hay trabajo para todos. Y, además, cuando tienes trabajo está mal pagado. Es una suma de todo. Hay toda una tarea muy grande que hacer para intentar crear unas condiciones más equitativas, más justas, más repartidas.

Al hablar de esto, claro, tengo como algo de mala conciencia, porque mi caso ha sido tan privilegiado…

Las afirmaciones de Lluís Homar

En las últimas entrevistas Lluís Homar cita cuatro frases como referente de su actitud frente a la vida. Le hemos pedido que nos las desarrolle un poco:

No dejes que nada ni nadie altere tu paz interior

Es de Pablo d’Ors, yo me la recuerdo porque a menudo mi paz interior se me pone patas arriba.

Es muy difícil, pero es posible. Y muchas veces es algo mental.

La vida es eterna

Tener conciencia de la dimensión te hace ver que todo esto que me es tan importante, que parece ser el centro del mundo, si lo enmarco dentro de una dimensión más infinita, se relativiza. Incluso la muerte.

Nosotros hemos llegado a crear un mundo en el que pensamos que la muerte es un accidente. Que la muerte no existe. Hemos creado un confort.

Tener conciencia de que la vida es inmortal es decir: bueno, está claro que moriremos, pero moriremos a esta dimensión. Pero quizás hay otra dimensión a la que no vamos a morir.

Todo el mundo hace siempre lo mejor que puede, no juzgues y no serás juzgado

Ésta es fundamental y dificilísima. Esto siempre me sirve en el ámbito del día a día. Porque es tan fácil, sobre todo, cargar sobre el otro. Y decir, hijo de puta, y ese cabrón…

Porque eso lo tenemos tan a mano… Cargar, criticar… que los demás son los responsables. No juzgues. Esto no me lo invento, esto es palabra de Dios, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Todo tiene un motivo de amor. Todo pasa por algo

No entremos en lo concreto, pero quiero decir que lo que ocurre es perfecto. Esto me ha servidomuchísimo, lo que está pasando es lo mejor que podía haber ocurrido. Leyendo el último libro de Pablo d’Ors, Devoción,encontré una página que tiene que ver con esto: “Consumido por mi desgracia. Lloré todo el día sin descanso. Y por la noche tardé bastante en conciliar el sueño. Cuando me dormí, vi en sueños a mi maestro quien me dijo poco más o menos lo siguiente: Has vivido una lección de desprendimiento de lo terreno. Se trata de una prueba necesaria para que no caigas en la voluptuosidad espiritual. No olvides que Dios dispone todo por el bien de las personas. Así pues, anímate y date cuenta de que esto, como todo lo demás, es para tu bien. El pensamiento de que todo lo sucedido no era una fatalidad sino su voluntad, me alivió inmensamente”.

Y una quinta de propina que tú también dices mucho: Dios es simple, todo lo demás es complejo

¡Oh, me encanta ésta! Dios está allí, ahora, aquí, en este momento, es sencillo, a tu disposición y coste cero.

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