El XII Consejo de ACO ya es historia. Las sensaciones de los dos días vividos en Veciana todavía vibran porque entre todos logramos crear un espacio de fraternidad, de escucha, de comunión, de construir juntos, sinodalmente, una manera de hacer que en nuestro movimiento (como admitía el obispo Sergi Gordo en la eucaristía de la Jornada General) no es nueva. Ciertamente, cuando Jesucristo y su Espíritu nos convocan, de ahí puede salir algo nuevo, aunque hayamos llegado muy justos de fuerzas.
Cierto, lo dijeron los presidentes de ACO, nos hemos puesto unos objetivos muy (demasiado) ambiciosos para este Consejo y esto ha provocado algunas disfunciones: pocos grupos han podido trabajar todos los documentos planteados, los grupos de trabajo de los documentos han tenido que discernir una cantidad ingente de propuestas, se ha tenido que diferir una parte del trabajo al Encuentro de Responsables de febrero, las trabajadoras del movimiento han estado muy tensionadas… De todo esto, debemos aprender: calibrar los recursos, priorizar, cuidar unos de otros.
Y es que el Consejo de Veciana no ha sido uno más de la lista: hemos podido actualizar el Documento de Identidad y la Carta Económica a los nuevos tiempos que nos toca vivir y nos hemos marcado unas líneas de actuación para los próximos tres años para poder profundizar en el sentido de pertenencia al movimiento, en nuestra espiritualidad y en nuestra acción militante, con atención preferente hacia aquellos que quedan al margen del camino. Es una auténtica sacudida que ahora nos toca digerir, cada uno a su ritmo.
Este Consejo nos ha hecho sentir que ACO (un movimiento de 69 años que quiere presentar Jesucristo a la clase trabajadora) está viva, que tiene ganas de transformar y ser semilla. Porque, como acertadamente dijo el nuevo consiliario general, Pepe Rodado, «los granos de mostaza somos nosotros mismos. Y debemos enterrarnos para dar fruto. Nuestra espiritualidad es la encarnación, enterrándonos y compartiendo con nuestros compañeros». Por enterrarnos se entiende ser levadura (dentro de la masa), comprometerse, no caer en el desánimo ni en la indiferencia ante tiempos difíciles, como certifica el pensador Manuel Reyes Mate en la entrevista que le hacemos: «Somos capaces de destruir el planeta y somos incapaces de impedirlo».
Contamos con los mejores antídotos: Jesucristo y la comunidad. Valorémoslo.