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Sindicatos y ecologismo. ¿es posible el entendimiento?

Las protestas de los Chalecos Amarillos tienen su germen en la aplicación de una ecotasa en todo el territorio francés y la revuelta en la isla de Martinica por la injusticia de aplicarla en un territorio sin transporte público que necesita del coche privado. / Foto: Josep Bonet

Los dos movimientos valoran el acercamiento de posiciones y que es posible definir luchas compartidas

A menudo, desde los medios de comunicación se presentan enfrentadas las tesis del sindicalismo con las del ecologismo. ¿Qué hay de cierto, qué hay de impostura? Desde Luzysal, hemos querido sentar en una misma mesa al militante Salva Clarós, responsable de política sectorial en la Secretaría de Acción Sindical y Transición Justa de CCOO de Cataluña, y a Marc Collado, militante de la JOC en Madrid y actual trabajador administrativo del Consejo de la Juventud de España, que participó como delegado con la Fundación Nous Horitzons en la última COP26 en Glasgow.

“El sindicalismo de clase se propone cambiar la sociedad y transformar el mundo y esto, en estos momentos, incluye hacer frente al cambio climático. Pero no nos quedamos sólo aquí, queremos transformar el modelo económico, productivo, energético, de movilidad… Es cierto que el sindicalismo defiende los puestos de trabajo y estas transiciones conllevan pérdidas o transformaciones de puestos de trabajo. La transición debe ser justa y desde el sindicalismo no debemos ser reactivos, sino proactivos”, defiende Clarós.

Desde la posición ecologista, Marc Collado se lamenta de que “llegamos tarde; para hacer una transformación de forma ordenada y acompañando a todos los colectivos deberíamos haberlo abordado hace veinte años, cuando nadie se tomaba en serio el calentamiento global ni la alta dependencia del carbono”. Un factor que muy probablemente ha aplazado la cuestión ha sido la crisis económica de 2008. Con una mirada internacional, también encontramos a los países del Sur global donde la “necesidad de desarrollo pasa por delante de los objetivos del Acuerdo de París”.

Ambos están de acuerdo en que el punto de encuentro de los dos movimientos (y otros muchos: feminista, indigenista, jóvenes…) es la transición justa y que hay que luchar contra la idea de “no transformar la economía para salvar el capital y seguir dejando a gente atrás”, según Collado. De hecho, recuerda Salva, la transición justa ya fue asumida por las Conferencias del Clima de París y Katowice: “La transición no debía realizarse bajo criterios de mercado y debían ponerse los recursos necesarios para acompañar a toda la población, que los trabajadores no paguen su coste”.

El ejemplo del cambio de modelo de movilidad

Les pedimos aterrizar en un caso práctico, el cambio de modelo de movilidad, con las Zonas de Bajas Emisiones obligatorias en las ciudades, que prohíben la circulación de los coches más contaminantes (precisamente, los de las personas con menos recursos) para dejar paso al coche eléctrico. Clarós apunta la vía para resolver este conflicto con el concepto de estado emprendedor (de la economista Marina Mazzucato): “El Estado debe ser proactivo y debe poner los recursos y las inversiones necesarias para impulsar los cambios y ayudando a que las personas no queden descolgadas”.

En particular, si la movilidad eléctrica elimina puestos de trabajo, el estado emprendedor debe provocar que estos puestos deben reconvertirse e incorporarse a nuevas tareas. Sin embargo, el militante de ACO va más allá, el cambio de modelo en el fondo implica replantearnos si hay que moverse tanto y hacer un uso más intensivo del transporte público (urbano e interurbano, puestos de trabajo más cercanos al lugar donde se vive), tendiendo a comprar un servicio (kilómetro de desplazamiento), antes que el bien (vehículo manufacturado), lo que provocaría esta permuta de puestos de trabajo.

El hecho es que el Gobierno español inyectó en 2022 nuevas subvenciones a la industria del automóvil (intensiva en mano de obra) provenientes de fondos europeos (2.975 millones para el vehículo eléctrico) a los que hay que añadir 1.977,8 millones en subvenciones a la compra de coches de la última década. “No podemos dedicar tantos y tantos recursos a ir alargando el problema de la movilidad con subvenciones a industrias contaminantes (a menudo con la amenaza del peligro de deslocalización de la industria del automóvil), haciendo que no podamos ser tan ambiciosos en los compromisos de reducción de emisiones y en que al final perdemos todos”, se lamenta Collado.

Para Marc, “el carbón y otras energías son grandes emisores, pero el problema está en la demanda: hay que decrecer en cosas contaminantes y sustituirlo por alternativas menos contaminantes y que nos hagan menos dependientes del exterior”. Y, en lo que respecta al transporte público, considera que “es un derecho movernos, independientemente de la demanda que pueda tener una línea de tren o autobús determinada”. Otra clave para Salva y Marc es crear nuevas industrias: “Se necesitan nuevos sectores que sean capaces de incorporar mucha mano de obra. Un ejemplo sería la economía circular, la recuperación y reutilización de materiales; se trata de nueva industria localizada (actualmente exportamos muchísimos residuos), que permite fijar población, reducir emisiones e incorporar sectores no calificados”, sostiene Marc.

El papa Francisco anota muy bien en Laudate Deum salidas en falso: “Cuando se piensa en empezar una iniciativa con inversión fuerte sobre el medio ambiente y efectos contaminantes altos, se anima a los pobladores de la zona hablándoles del progreso local que se podrá generar o de las posibilidades económicas (…). Pero en realidad no parece que les interese en serio el futuro de estas personas, porque no se les dice con claridad que detrás de este emprendimiento la tierra quedará arrasada”.

Salva, precisamente, celebra que “el Papa está muy en sintonía con los cambios que operan en el mundo y levanta la voz ante cosas muy graves que están pasando. Laudato si es insólita en una Iglesia romana (inmovilista) donde nunca se habían puesto estos acentos”. Para Marc, además, el Papa “da una metodología en Fratelli tutti: la necesidad del compromiso social y político de los cristianos para transformar la sociedad y vivir el Reino de Dios aquí y ahora. De hecho, con los compromisos de reducción de emisiones actuales, en 2100 habrá un incremento de la temperatura global de 2,7 grados, y si no se cumplieran se superarían los 4 grados. Si algo nos debe caracterizar a los cristianos es la esperanza, pero para mantenerla, a veces hay que dar un puñetazo en la mesa, señalando a los responsables de esta deriva (la población más rica, el 1% contamina como el otro 50%)”. Y observa que el Papa ha incrementado el tono de voz porque “está recogiendo el clamor de las comunidades cristianas de base del Sur global que están sufriendo los efectos del cambio climático (inundaciones y sequías severas)”.

Y mientras tanto el reloj corre

2050 es la fecha prevista para las emisiones cero o descarbonización, sabiendo de antemano que “cualquier actividad humana genera un impacto, no existe ninguna actividad sostenible”. Por eso, se ha desatado una “revisión constante de calendarios con plazos que se van acortando” para poder llegar a cumplirlo, según observa Salva, para quien la pregunta sustancial es: ¿Estas políticas nos llevarán a detener el cambio climático y nos harán cambiar el modelo o simplemente son políticas para maquillar el modelo económico y hacerlo más verde y asumible? Aparte del efecto macro de las tres transiciones (la digitalización, el cambio de modelo energético y la economía circular), el militante recuerda el necesario cambio de estilo de vida de cada uno desestimando al capitalista basado en el consumo (textil, alimentario, movilidad…) y la revisión de la dependencia de las cadenas de suministro.

Ponemos sobre la mesa la irrupción de las protestas de los Chalecos Amarillos en Francia, en 2018, que estallaron por una subida del precio de los carburantes: “Las políticas de mitigación o de reducción de las emisiones, con unos efectos sociales y económicos fuertes , deben ir paralelas a políticas sociales de acompañamiento; por ejemplo, una política de ZBE debe ir aparejada con la reducción del precio del transporte público, y una política de cierre de industrias contaminantes, con educación continuada y recapacitación para cambiar de puesto de trabajo (o jubilaciones anticipadas). Es cierto que la sociedad teme el cambio y plantea resistencia (hace unos meses con la implantación del eje verde de la calle Consell de Cent en Barcelona había muchos comerciantes en contra, ahora nadie quiere tirar atrás). Esto es consecuencia de unas políticas neoliberales que han atomizado a la sociedad, la han articulado a través del consumo y la han educado en una cultura del miedo”, argumenta Marc.

Ante el diagnóstico que la implantación del modelo neoliberal ha mermado los lugares de encuentro, movilización y lucha, Marc argumenta que “se necesitan estos espacios para generar procesos de cambio social y demanda de justicia social y solidaridad con las personas afectadas movilizadas”. Salva apunta el peligro de las contramovilizaciones, por ejemplo, aquellos que se oponen a la implantación de renovables en el territorio: “Se confunde progreso y conservadurismo. Actualmente, las izquierdas quizá tengan posiciones más defensivas en contra de una idea de progreso perversa. Cierto que el paisaje tiene un valor económico, pero en un escenario de calentamiento tan grave, es necesario un paisaje transformado de forma ordenada y una apuesta valiente por las renovables”, coinciden ambos. 

Planteamos a Salva y Marc como posible lucha compartida la reducción de la jornada laboral, con argumentos beneficiosos tanto para el medio ambiente (reducción de desplazamientos…) como para los trabajadores: “La reducción de la jornada laboral (32 h sin reducir salarios) es otra forma de disputar el margen de beneficios. La profesora Teresa Torns indica que la jornada de 40 horas hace imposible los cuidados. Por este motivo, existe una división social y sexual del trabajo. Con la reducción de la jornada podría haber un reparto de la economía reproductiva (que incluye cuidados, espacios de socialización, participación política, reencontrarnos más allá del consumo), avanzar hacia el pleno empleo y que sea posible un trabajo que no te quite la vida (¿cuánta gente tiene tiempo para planificar?, ¿para pensar qué compra?…)”. Salva apunta que el coste de esta reducción de la jornada laboral se puede sufragar “del incremento de productividad tan elevado de las tecnologías”.

Más info:

· Plan de acción 12º Congreso CCOO de Catalunya (ver Eje 2): https://es.ccoo.cat/12congres/noticies/pla-daccio-del-12e-congres-de-ccoo-de-catalunya/

· OIT. Preguntas frecuentes sobre transición justa: https://www.ilo.org/global/topics/green-jobs/WCMS_824947/lang–es/index.htm

· Exhortación apostólica Laudate Deum: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html

· “Trabajar menos, repartir los trabajos y vivir mejor”, CCOO de Catalunya: https://es.ccoo.cat/noticies/document-treballar-menys-repartir-els-treballs-viure-millor/

 

Pies de foto:

Marc Collado apunta que es necesario priorizar la extensión de la red de transporte público por encima de los costosos soterramientos de vías.

En Cataluña la cabaña de 10 millones de cerdos genera un gran consumo de energía y agua y con una gran dependencia del exterior, dado que no se fabrica suficiente pienso.

Las protestas de los Chalecos Amarillos tienen su germen en la aplicación de una ecotasa en todo el territorio francés y la revuelta en la isla de Martinica por la injusticia de aplicarla en un territorio sin transporte público que necesita del coche privado.

Los agricultores de Doñana que sacaban agua de los acuíferos (algunos de forma ilegal), tras la prohibición por parte de la UE, se quejan de que se han quedado sin medios de vida.

 

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