Entrevista a Pilar Malla, pionera de la asistencia social

“La Fe, la Esperanza y la Caridad es la tríada que genera energía” Por Daniel JoverFotografías: Joan Andreu Parra. Video: Mercè Solé Estamos contentos de volver a encontrarnos con Pilar Malla Escofet (El Pont d’Armentera, 1931) después de haber aceptado que le hagamos una entrevista ni formal ni convencional para la revista de ACO. Queremos que sea una conversación sincera, un diálogo espontáneo y natural, sobre algunos aspectos significativos en su trayectoria y en sus motivaciones. Paulo Freire decía que reflexión sin acción era verbalismo, pero que acción sin reflexión era activismo. Pilar Malla simboliza la síntesis integradora entre una acción concienciada y una praxis en la acción directa… Desde esta perspectiva y haciendo balance, ¿quién es realmente Pilar Malla? Y todo lo que has hecho en tu trayectoria, ¿por qué lo has hecho? ¿Para qué? La vida me ha llevado a hacer muchas cosas una detrás de otra. Es verdad que siempre he tenido una inclinación hacia las personas más necesitadas y, ciertamente, toda mi vida se ha ido desarrollando en este mundo de ayuda y solidaridad con las personas desfavorecidas. Siempre hay factores imprevistos, circunstancias y personas que te van llevando por el camino de la vida y te ayudan a perfilar la vocación de servicio. Por ejemplo, cuando era jovencita, en el grupo de revisión de vida de la JOC en donde participaba, pidieron una enfermera que fuese a Francia a trabajar con los emigrantes. Yo fui como asistente social, porque ya había hecho las prácticas en Bélgica (donde también servía en casa de una señora francesa, culta y educada), conocía la lengua francesa… Pero cuando llegué, no había sitio de asistente social y entonces hice de criada. Explico esto porque Francia me ha marcado muchísimo, su cultura, su organización. Y fui a vivir con los emigrantes españoles en un barrio que se llamaba “la pequeña España”, que era Saint Denis, en la banlieue parisina. Allá vivía en una casita pequeña en unas condiciones muy precarias con otra amiga y en el dispensario sanitario hacía de intérprete y todo lo que hacía falta. Tu vocación de servicio en el mundo y de compromiso por los pobres, ¿va vinculada a tu fe cristiana (Pilar forma parte del Instituto de Misioneras Seculares, IMS)? Todo esto lo hacía movida por el espíritu de evangelización, por el amor de Jesucristo, con un buen sentido religioso y, sin duda, movida por la fe. Estar unos años en Francia viviendo en lugares diferentes me sirvió de mucho para fortalecer la vocación: en el año 1957 fui enviada por el Instituto a París para trabajar con los emigrantes españoles, en dónde viví hasta la Revolución de Mayo de 1968. Allí aprendí muchas cosas, en relación con el trabajo, la vida, los valores de las personas. Los barrios y lugares en donde estábamos eran bastante pobres. En la última etapa me pidieron si quería hacer de traductora en algunos servicios franceses a donde iban muchos españoles y fui. Ahí estuve un tiempo y me dijeron que trabajaba bien y entonces me quedé como asistente social. Allí aprendí bien el oficio, entre otras cosas, el valor y la eficacia de formar equipo. Cuando volví a Barcelona sabía hacer de trabajadora social y empecé a hacer cosas. De aquí vino mi trayectoria inesperada de hacer una opción por los más desfavorecidos, que ha sido muy fecunda desde el punto de vista cristiano y humano. Tu estilo es poner las personas en el centro, pensar inspirándote en las demandas y en las necesidades de la gente. También sabes aglutinar personas y crear equipo desde la sencillez y la naturalidad, pero, al mismo tiempo, con una visión estratégica. ¿Ello te ha llevado a asumir responsabilidades desde muy joven? Se ayudaba a la gente necesitada que venía a Cáritas, pero me parecía que tenían más derechos que recibir lo que les dábamos, ya que eran recursos limitados y no podíamos atender todas las necesidades. Por ejemplo, cualquier persona que venía y que no tenía trabajo para ganarse la vida, la veíamos con capacidades y posibilidades de salirse de esa situación. Así, a través de Cáritas y una estructura como el Servicio de Paro, que les daba más fuerza, empezamos a crear diferentes cooperativas que se fueron haciendo grandes. Se trataba de crear cosas que no fuesen solo de carácter asistencial (que pueden cronificar la dependencia), sino dar lo que necesitaba la gente en el momento y lugar oportuno para que fuesen autónomos y responsables de su situación, buscando salidas colectivamente. Teníamos que ser prácticos e intentar dar respuestas ágiles, estando alerta de lo que hacía falta y decidiendo cómo se podían afrontar situaciones de paro en personas de gran vulnerabilidad: cooperando con otras instituciones públicas y privadas que tenían más recursos y competencias… Pero, bien, ya se ha acabado esta larga etapa para mí, porque no he tenido una concepción patrimonialista de los proyectos y acciones. A veces, la vida es empezar y dejar marchar, tomar y dejar ir… y esto me parece que es muy importante. Asumiste diferentes funciones y responsabilidades durante todos estos años que estuviste en Cáritas, como directora, secretaria general… Sí, pienso que se hizo bastante faena desde Cáritas, tanto en servicios sociales como en soporte emocional y personal, además de recursos ocupacionales y formativos. También teníamos a los beneficiarios del FAS (Fondo de Asistencia Social), que eran los mayores que cobraban un dinero básico pero insuficiente (6.000 pesetas o menos). Tomé la decisión de hacer emerger el problema de la pobreza y hacer visible una situación social tan grave. No lo podíamos hacer solos. Había que buscar la colaboración de una entidad financiera enraizada y con reputación como la Caixa de Pensions… Nos ayudaron a hacer un estudio para diagnosticar bien la complejidad del problema y proponer soluciones. Ante de unos resultados escalofriantes, la Obra Social de la Caixa de Pensions incrementó las aportaciones para que se pudiesen cobrar 13.000 pesetas. Así se mejoraron las condiciones de vida de las personas, sin que fuese
Entrevista a Itziar González, arquitecta social

“El turismo masivo es la coartada de la economía criminal” Media tarde, día de Sant Jordi, en medio de la Rambla. Itziar González Virós (Barcelona, 1967) llega con retraso, viene de Olot, donde le ha llevado su nuevo proyecto profesional: la rehabilitación del casco antiguo de la capital de la Garrotxa. Enseguida se pone en solfa. Aunque en principio se deja tomar fotografías a regañadientes, después nos atiende pacientemente en el fondo de un restaurante donde la conocen y le dejan una mesa para que hablemos un rato. Todo, en “su casa”, en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona, donde ha vivido casi toda su vida y de donde fue concejala (2007-2010) hasta que dimitió antes de terminar el mandato al destapar y denunciar un caso de corrupción funcionarial. Antes y después de esta corta etapa de política institucional, tiene un largo currículum y bagaje de activismo y como profesional en diferentes lugares y proyectos que la hacen definirse como arquitecta social. Su vocación de arquitecta social empezaría justo al acabar la carrera de arquitectura, cuando hizo “un juramento hipocrático” que nunca haría obra nueva. Juramento realizado en los años de ebullición constructiva que vivía la ciudad de Barcelona en los años previos a los Juegos Olímpicos de 1992. Cuéntanos, para empezar, qué es lo que llamas arquitectura social. Es volver a dotar al urbanismo de todo lo necesario para que las personas generen vínculos entre ellas en sus espacios, en sus barrios, en sus ciudades. He ido desarrollando una metodología y he ido colaborando con distintos agentes institucionales y sociales que me pedían procesos de deliberación y mediación entre las partes. Dado que tengo experiencia de vecina, activista, técnica municipal y concejala, conozco un poco todas las casuísticas y me es fácil “empatizar” con todas las partes. Hago como mediadora entre agentes diversos. Trato de generar proyectos comunitarios, y en ocasiones hago de refuerzo en temas de calidad democrática y participación con diferentes ayuntamientos. ¿Trabajas sola o en equipo? Sola, pero cuando voy a los sitios —he trabajado en Euskadi, en el Priorat, en Francia, en Suiza…—, trato de crear un equipo con la gente joven de allí, hago plantel. Siempre me comparo con aquellos artesanos de la edad media que eran expertos en hacer vidrieras. Estaban en Toulouse, después iban a la catedral de Girona, después a Barcelona y trabajaban compartiendo sus conocimientos con la gente de los lugares. Y ahora estás en Olot… Sí, pero no he ido como un arquitecto que va a realizar obras, sino como un arquitecto que va a rehacer la comunidad, para que, conjuntamente, privados, administración y sociedad en general, vecinos y entidades, defiendan el casco antiguo como un bien común. Si no existe la comunidad que lo reivindica, no se puede hacer el trabajo bien. He ido a vivir allí, a otra ciudad vieja. Dices que las ciudades deben latir al ritmo de la gente, ¿en Barcelona ocurre esto? En Barcelona existen pequeños espacios muy auténticos que resisten, pero es verdad que la realidad global y sobre todo la del mercado inmobiliario han impedido que esta ciudad se pueda conjugar en primera persona. Da la sensación de que el diagnóstico está claro, gentrificación, masificación turística…, pero no se tocan o no se quieren tocar las teclas de hacer cambios. A ver, existen dos fenómenos. Uno es la gentrificación; el otro, la turistización. La turistización es peor que la gentrificación, porque con la gentrificación, aunque es la sustitución de población de clases populares de un lugar por la de clases más acomodadas, siguen viviendo personas. Por tanto, hay esperanza. Pero la turistización es realmente letal, porque básicamente lo que hace es garantizar que en un territorio no haya ningún vecino y, por tanto, no haya vida política. La turistización funciona de la siguiente manera: vaciamos un territorio de vecinos e instalamos un dispositivo de ocio para personas que van y vienen. De alguna forma convertimos las ciudades en contenedores. Los pisos son fijos, la parte material, son el contenedor, y la carga cambia todo el rato. Y es un gran negocio… Sí, la turistización es el gran negocio porque permite que la economía blanquee capital con el parque inmobiliario, la droga, el tráfico de personas… y todo ello en una marea de turismo queda bien justificado. Hay mucha gente que consume cosas y, por tanto, tú puedes abrir negocios, que no son realmente negocios, que no tienen realidades o nadie vive y puedes ir blanqueando. Siempre digo que el turismo masivo es la coartada de la economía criminal. Esto es la verdadera economía que está funcionando en muchos lugares de Europa y, desgraciadamente, también en Barcelona. ¿Se pueden hacer cosas por revertir la situación? Cuando gané el concurso de rehabilitación de la Rambla junto con la UTE KmZERO, profesionales de Ciutat Vella, propusimos una solución para la gentrificación. Dijimos que cada vez que el Ayuntamiento urbanizara o mejorara un espacio público, escriturase en el registro de la propiedad una afectación. Tienes que decirle al privado a quien se mejora el valor urbanístico de su edificio, que como esta mejora la hemos producido con rentas públicas, debemos recuperarla. Tú puedes inscribir las fincas que son contiguas al espacio mejorado y ponerles una afectación, que significa, usted si se lo vende, la diferencia de precio nos la da, y si no se lo vende y quiere devolvernos esto, póngalo quince años de alquiler a tal precio y consideraremos que está haciendo un retorno social. Hay formas de cooperar con lo privado y hacerlo sensible, que no puede ser simplemente una actitud de extractivismo y que una ciudad como todo ecosistema necesita ser circular. Por tanto, lo que no puede ser es que las rentas de los que vivimos, las rentas públicas, se lleven a las privadas y que las privadas no hagan un retorno social. ¿Todo pasa por que los que mandan tengan voluntad política de hacer cambios? Todo pasa por que el político deje de practicar la política clientelar y de
Entrevista a Joan Martínez Alier, economista y ecólogo

«Las alternativas para poder cambiar el capitalismo vendrán de los movimientos sociales» La mente de Joan Martínez Alier (Barcelona, 1939) continua bien activa. Este insigne catalán de las ciencias sociales, reconocido con los premios Balzan (2020) y Holberg (2023), este mes de diciembre publica un libro en inglés (Land, Water, Air and Freedom: the Making of World Movements for Environmental Justice), del cual nos muestra orgulloso las galeradas. Su currículum académico no cabe en este modesto espacio, pero destacaríamos que es uno de los precursores de la economía ecológica y de la ecología política desde su cátedra en la Universidad Autónoma de Barcelona y colaborando con Oxford, Stanford, Yale, Berlín, Ecuador y Brasil. Algunas de sus obras son El ecologismo y la economía (1984), De la economía ecológica al ecologismo popular (1992), Economía ecológica y política ambiental (2001, con Jordi Roca) y El ecologismo de los pobres: conflictos ecológicos y lenguajes de valoración (2004) o su libro de memorias Mañana será otro día. Una vida haciendo economía ecológica y ecología política (2019). Es director de la revista Ecología política (https://www.ecologiapolitica.info/). Usted nace en Barcelona en el año 1939, un año, como dice, “fatídico”. ¿Cómo determina su biografía este tiempo y lugar de nacimiento? La determina porque es el año que termina la guerra, entra Franco en la ciudad y empieza la Segunda Guerra Mundial. Es un tiempo de mucho franquismo, con las escuelas nacional-católicas y todo en castellano. En mi caso, que vengo de familia burguesa, fui a los escolapios de Sarrià. Cantábamos el Cara al sol un día al año, el día del estudiante caído. Recuerdo algunos sacerdotes catalanes que eran fascistas y a un profesor apasionado de las letras que traducía obras y nos leía algunos fragmentos, como El paraíso perdido, de [John] Milton, que me influyó mucho. Aquel año marcharon 300.000 personas de Cataluña, otras murieron y se creó un gran vacío. El mes de marzo pasado el Parlamento de Noruega le concedió el premio Holberg, que vendría a ser el Nobel de las ciencias sociales. ¿Considera que es profeta en su tierra? A estas alturas no me interesa si tengo éxito aquí o no. Pero sí que estos premios internacionales me hacen mucha ilusión porque puedo invertir la dotación en el Atlas de la Justicia Ambiental. Pensad que la economía ecológica requiere un poco de decrecimiento económico, el gasto de energía y de materiales se tiene que rebajar por el cambio climático y ningún gobierno hace caso de esto. El número 8 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas dice “crecimiento económico”, ni tan solo “desarrollo sostenible”, que es un eufemismo. Es incompatible crecimiento económico y evitar el cambio climático. Usted es cofundador del Centro de Ecología y Proyectos Alternativos (CEPA) que hace más de 30 años promovió el proyecto Residuo Mínimo. ¿Qué alternativas ha proporcionado? CEPA es parte de los movimientos ecologistas; en los años 80 una parte estábamos contra la energía nuclear y otros eran más conservacionistas. Pusimos sobre la mesa los residuos, los vertederos y las incineradoras (que producían dioxinas), después que en el Baix Llobregat hubo un accidente en el que murieron dos trabajadores e hicimos diversas campañas. ¿Cómo valora la acción social de los grupos ecologistas más globales como por ejemplo Greenpeace en relación con los grupos más locales como Ecologistas de Cataluña o sus socios? Son complementarios y a menudo van juntos. Greenpeace se creó hacia los 80 en Vancouver con dos temas: las pruebas militares con bombas atómicas en Oceanía y la lucha contra la pesca de ballenas. Hay otro ecologismo global, WWF, que son más conservacionistas y estos, a veces, no se entienden tanto con los grupos locales. En algunos ámbitos como el científico, ¿puede estar mal vista la militancia social? Cada vez hay más colaboración y con la amenaza del cambio climático muchos científicos están dispuestos a salir a la calle y participan en grupos como Extinction Rebellion. Por ejemplo, si la incineradora de Sant Adrià de Besòs está produciendo dioxinas o no es un tema de investigación que hacen científicos que simpatizan. Emergencia climática y justicia ambiental Yayo Herrero en una conferencia reciente hablaba de la falsa dicotomía: primero las personas, la ocupación y el crecimiento y, después, la Tierra. ¿No hemos entendido que somos seres ecodependientes? Hay antropólogos como Philippe Descola que consideran que los animales y las plantas son seres vivos que tienen sus opiniones, que dicen cosas en sus lenguajes… Es lo que en etología se llama ‘animismo’. En el Perú o en los Andes dicen que se tienen que cuidar los apus, las montañas que tienen nieve, porque son divinas y, si se enfadan, lo pasaremos mal. Esto no es una cosa primitiva, es muy normal; por ejemplo, a veces voy a poner una vela a la Virgen de los Remedios, que tengo más cerca. En la India hay lugares a los que llaman bosque sagrado (sacred groves), una extensión que dejan sin cultivar y en donde ponen imágenes. Cataluña tiene muchos retos ambientales. ¿Cuáles son los puntos calientes que nos amenazan? En el Atlas salen unos veinte casos, no podemos poner muchos. Por ejemplo, tenemos un ecologismo urbano, como fue la planta asfáltica que había en Nou Barris, un barrio de Barcelona, en el año 1975 en donde ahora hay el Ateneo Popular, que fue fruto de una lucha popular; o las protestas por la incineradora del Besòs. También hay un ecologismo más rural: las minas de carbón en el Berguedà (en los años 40 en Gósol murieron de golpe treinta personas), la contaminación del agua por la población excesiva de cerdos, la peligrosidad de las centrales nucleares y sus residuos, o Salau (en Alòs d’Isil), a caballo de Francia y Cataluña, en donde han encontrado tungsteno y wolframio que quiere extraer una empresa australiana y la gente está protestando. Se estima que hay 250 plataformas o coordinadoras en Cataluña en los últimos 30 años. En Cataluña hay un movimiento ecologista muy vivo, que tiene peleas
Entrevista a Remedios Zafra, escritora e investigadora del Instituto de Filosofía del CSIC

«Retomar los vínculos colectivos y la autoconciencia son los únicos remedios capaces de dar la vuelta a esta situación» En el último ensayo de Remedios Zafra Alcaraz (Zuheros, 1973), El bucle invisible (Ediciones Nobel, 2022) se cuela parte de su vida: el trabajo agrícola en su pueblo de Córdoba, el hogar y la convivencia, la elección ciencias/letras del bachillerato, las dificultades para explicar a los padres su oficio, los males físicos y del alma, la degeneración de la profesión vocacional… Todo ello permite conectar con la autora y, probablemente, como en libros precedentes suscitar toda una corriente de vivencias compartidas con los lectores. Nos recibe cordialmente (y pantalla mediante) en su despacho del CSIC. Eres natural de un pueblito de Córdoba. Esa ruralidad primigenia, ¿qué te aporta? Tiene mucho que ver con los olivos: esa idea del árbol enraizado y que descubre lo que hay fuera, como dice Virginia Woolf: “Tengo raíces, pero fluyo”. Se puede habitar en esa contradicción, aunque integrarlo es complicado: unos orígenes que arropan (y a veces aprietan) y que también permiten volar. Además, son parte imprescindible de mi escritura; me interesa la observación del mundo para la compresión, pero una observación desde lo biográfico, pues los estudios basados en los datos en masa no profundizan en las personas. Profundizar significa conocer, el valor que da la reflexión escuchando al otro y profundizando en uno mismo. Uno de los aprendizajes que al ser de pueblo he tenido lo explico en Lo mejor (no) es que te vayas (Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino del Gobierno de España, 2007). Son historias de mujeres en las que narro las distintas posiciones que una persona se encuentra en un pueblo pequeño desde que nace: lo que más se te repite es que “lo mejor es que te vayas”, para formarte, para no repetir una herencia de desigualdad… El descubrimiento de la libertad que implica ese consejo implicó, en mi caso, tomar distancia del pueblo para ser libre. Es la metáfora de la elipse transformadora de los antropólogos Edith y Victor Turner, es decir, inicias un peregrinaje y vuelves transformado o no vuelves, porque algunos consideran que el lugar de origen les ha oprimido. En el tránsito hacia la madurez, ¿con qué parte esencial de ti estás conectando? Estoy justo en ese momento vivencial de toma de conciencia de recuperación de la materialidad del cuerpo, pues pareciera que en los últimos tiempos volaba sin cuerpo, cuando hay un cuerpo propio y cuerpos a los que cuidar. En los trabajos intelectuales y abstractos parece que con la voz y la presencia está todo. Pero ese cumplir años te zarandea, te trae las enfermedades de los cercanos y propias, el envejecimiento de los padres. En mi caso, el cuerpo se ha pronunciado radicalmente y ha llamado la atención. ¿Era incapaz de frenar en esa vida-trabajo que nos caracteriza? Mi voluntad iba por un lado y el cuerpo ha llamado a detenerse. Los trabajos vocacionales que nacen con pasión por un hacer, que tienen que ver con lo creativo, con lo social, con la idea de mejorar las cosas, los vives como un tesoro. Pero en los últimos quince o veinte años, lo que daba sentido ha quedado sepultado por estratos de rutinas, de exigencia, de compromisos, de presiones por conseguir una estabilidad económica. Lo sufro muchísimo. La única manera de calmar esa cierta angustia es con atracones de poesía, ha sido una vuelta a esa espiritualidad, un pozo para descubrir esa sensibilidad con lo humano y lo social que seguía estando dentro. De hecho, El bucle invisible está escrito en una convalecencia. Sorpresivamente, muchos lectores se han identificado con esto, no habría escrito el libro si no hubiera vacaciones, pues la mayor parte de nuestro tiempo se ocupa con trabajos relacionados con la burocracia, con su evaluación… Los tiempos de concentración están reducidos a vacaciones y al descanso, esto es perverso. Hace unos dos años tuve una operación de retina, aquel reposo lo recuerdo con gran nostalgia. La salud me obligó a frenar, pude parar de veras y romper ese vínculo con la tecnología. Ese tiempo de introspección y ensimismamiento fue un tiempo ganado para la lectura y a grabar fragmentos de texto. Me sobrecojo con lo que digo: es inadmisible que podamos empujar a las personas a que los únicos tiempos para ese descanso e introspección se reduzcan a los de la enfermedad. ¿En algún momento has recibido un trato inhumano, es decir, te has sentido tratada como un instrumento, como una fuerza productiva o como cualquier objeto de uso y abuso? Sentirlo ha sido justamente el motor de mis últimos libros (El entusiasmo, Frágiles, El bucle invisible). No sé si hay un agente específico que ejerza ese daño. ¿Son jefes que presionan? Esa presión está hoy desdibujada, tiene que ver con la cosificación del sujeto que se deshumaniza, el sentirnos como engranajes de una maquinaria. Una de las señas de época es la manera en la que estamos construyendo los trabajos contemporáneos, tolerando que esos poderes que están ahí (fuerzas tecnocapitalistas, difíciles de personificar) se apropien de la totalidad de los tiempos (vidas-trabajo). La tecnología ha permitido la globalización de la presión que tiende a convertir las vidas en vidas-trabajo. Sueles comparar capitalismo y patriarcado. Es perverso proyectar en nosotros la responsabilidad de lo que estamos sufriendo. Si nos acercamos al patriarcado vemos que es un sistema de poder que ha convertido a las mujeres en mantenedoras de su propia subordinación, la obligación de reiterar un sistema que las oprime que, por ejemplo, promueve la enemistad entre mujeres (esto tiene similitud con la rivalidad entre trabajadores compitiendo entre sí). Existe otra analogía: el capital simbólico o el capital afectivo con que el capitalismo paga como pago suficiente, por ejemplo, sin entender que los cuidados transversalizan nuestra vida. En el trabajo puede haber un pago simbólico a través de la visibilidad o el prestigio que puedes canjear con otra remuneración. Descubrir estas analogías me permitió cambiar el sentido
Entrevista a Manuel Reyes Mate, pensador

«El deber de memoria nos exige cuestionar la idea de progreso sobre la que está construida la política moderna» Cuesta imaginar a los grandes pensadores como abuelos o atareados en lo cotidiano y doméstico. Lo cierto es que antes de atendernos por teléfono, escuchamos (involuntariamente) una deliciosa conversación entre Manuel Reyes Mate Rupérez (Valladolid, 1942) y su nieta. Setenta minutos al teléfono con este profesor de Investigación ad honorem del CSIC en el Instituto de Filosofía dan mucho de sí y aquí dejamos constancia. El 21 de octubre pasado entró en vigor la Ley de Memoria Democrática (LMD). Este deber de memoria, ¿cómo lo están afrontando las administraciones y los ciudadanos? La LMD es una ley bienvenida, pues la ley anterior de Zapatero (2007) tenía muchas lagunas: dejaba a la responsabilidad de los familiares todo el proceso de exhumación de cadáveres y no se atrevió a descalificar a los tribunales franquistas. Esta nueva ley tiene muchos aspectos positivos respecto a la reparación de las víctimas (declara inmorales e ilegales aquellos juicios y sentencias) y a la persecución de los culpables, pero es una ley fallida en el fondo, pues falta lo fundamental. De entrada, se equivoca con el título: el adjetivo democrática ¿significa que sólo afecta a las víctimas que eran demócratas? La víctima es un sujeto inocente a quien se aplica una violencia inmerecida, por eso tan víctima es un buen maestro socialista asesinado por el franquismo, como la monja de clausura asesinada después del golpe de estado por unos forajidos anarquistas. En la figura de la víctima, la ideología de la víctima y del victimario no juegan ningún papel. Lo que importa es que es inocente. Por eso dudo de que el título de “democrática” sea el adecuado. Por otro lado, esta ley como la anterior se centran en la justicia que es un momento substancial de la memoria, por eso me pregunto si no habría que llamarla “ley de justicia histórica”. Pero algo le falta para ser una ley de “memoria” y no sólo de “justicia” histórica. La justicia, repito, es un momento de la memoria, pero la memoria es mucho más, es nunca más. El objetivo último de la memoria es crear las condiciones para que el pasado no se repita. En ese caso, la ley habría de tener en cuenta otras dimensiones ausentes como las del perdón, duelo, arrepentimiento, reconciliación… David Fernández observa que «hay una historia que va por arriba (la de la dominación) y una historia que va por abajo (la de la esperanza)». Para usted, ¿qué es la esperanza? La esperanza, dice Benjamin, nos es dada gracias a los desesperados. El desesperado es alguien que vive la injusticia y se rebela contra ella; es el grito de quien vive el absurdo y no renuncia al sentido, porque exige su derecho a ser feliz que las circunstancias le niegan. No es alguien que se resigna a su suerte y se deja ir. Eso es la esperanza, lo que subyace a la rebeldía del desesperado. Según Benjamin, el progreso, como motor de occidente, «lleva a la catástrofe». ¿Cuál tendría que ser este motor vital? Ese deber de memoria que exige repensar todas las piezas de la historia (política, ética, derecho, religión, estética…), a partir de la experiencia de la barbarie, nos abre a un futuro distinto, en el que la barbarie no se repite. Si este esquema lo aplicamos a la política, se tendría que cuestionar el pivote de la política que llevó al desastre, es decir, el progreso. La sustancia de la política es el progreso. Eso era antes de Auschwitz y lo sigue siendo hoy. El deber de memoria nos debería exigir plantear la política de otra manera, cuestionando precisamente la idea de progreso sobre la que está construida la política moderna. Benjamin explica por qué el progreso lleva a la catástrofe. Dice que «progreso y fascismo coinciden». Normalmente identificamos fascismo con algo antiguo, anacrónico, demodé y un poco bestial, pero nos equivocamos pues el fascismo es una expresión de la modernidad; algo, pues, muy de nuestro tiempo que casa bien con el progreso. Y esto es muy peligroso. ¿En qué coinciden progreso y fascismo? En la naturalidad con la que, para conseguir metas, uno y otro sacrifican lo que haga falta, en vidas o mundo, para lograr el objetivo. Según un Informe de la ONU de hace unos años, el precio que tiene que pagar la humanidad para satisfacer las medidas económicas que toman los grandes organismos financieros del mundo, supone el sacrificio de unos 16 millones de víctimas al año. Así entendemos por qué fascismo y progreso coinciden. Ahora estamos viendo cómo el cambio climático, consecuencia de nuestra idea de progreso, está amenazando el planeta. Si decimos que el cambio climático es efecto de estrategias fascistas, nos dirán que exageramos; si decimos que es el efecto de una estrategia de progreso, lo aceptamos, pero ¿cuál es la diferencia? Estamos en un contexto de retorno de gobiernos autocráticos. ¿Qué sostiene estos regímenes? ¿Por qué son tan frágiles el estado de derecho y la democracia? Una ola de autoritarismo recorre el mundo de la mano del neoliberalismo económico. China ha encontrado la fórmula perfecta: absoluto control político y capitalismo salvaje. Una organización pues de la economía cuyo único objetivo es el mayor beneficio. Esta fórmula es tan competitiva que tienta a las democracias occidentales: ¿por qué no autoritarismo en política y mejora de la competitividad económica? La extrema derecha no es un producto marginal porque es vista como una condición eficaz para la competitividad económica, por eso tiene tanta complicidad en la órbita del poder. Para que el autoritarismo prospere políticamente recurre a tópicos que encandilan a los sectores más desprotegidos socialmente: que si los emigrantes se aprovechan de nuestros recursos, que si Europa nos roba… Pero el autoritarismo no piensa en los pobres para protegerles sino para que ellos, el pueblo, le legitimen a él, una fuerza anónima que sirve a pocos. ¿Hay una generalización de la indiferencia entre la