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Queremos poner Evangelio y criterios evangélicos allí donde estamos

Octubre 16/Josep Jiménez/

Homilía 12 de octubre 2015. Eucaristía de la Jornada General de ACO.

Pasemos de la indignación a la acción liberadora, pasemos de la indignación al amor, pasemos de la indignación a la misericordia. Es necesario que nos felicitemos todos por haber llegado a este punto de profundización en el misterio de Dios y del hombre en la tercera de las prioridades del último Consejo de ACO. Hemos tomado conciencia de la dignidad de la persona, hemos redescubierto en la fe en Jesucristo el motor que nos empuja a vivir con sentido y a compartir, a la vez que nos compartimos, y a la vez que compartimos el amigo reencontrado, Jesucristo. Compartir la alegría de creer en Jesucristo es lo que da sentido a ACO, y es por eso que nos llamamos un movimiento evangelizador en el mundo obrero.

Dios se indigna porque ama, y este amor es también la fuente de nuestra indignación. Jesucristo se indigna, como podemos contemplar en varias páginas del Evangelio, porque está a favor de las personas y de los más pequeños, y se implica a fondo en la defensa del proyecto de Dios sobre el mundo. Jesús se indigna contra la falta de misericordia, Jesús se indigna cuando los más pobres no tienen en la sociedad y en la Iglesia el lugar que les corresponde en cuanto a los favoritos de Dios, Jesús se indigna cuando no adoramos a su Padre presente en todos los hombres y mujeres, templos vivientes de Dios.

Este curso tendremos la oportunidad de profundizar en la acción liberadora como respuesta a nuestra indignación. Una indignación que no es sólo visceral, sino que, como decíamos antes, es fruto de nuestro amor y de nuestras opciones evangelizadoras. Sí, queremos poner Evangelio y criterios evangélicos allí donde estamos, para que nuestros hermanos más débiles, los que sufren de forma más flagrante las consecuencias de las injusticias de nuestro mundo, y todo el mundo, podamos experimentar ya ahora el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios nos promete, un mundo nuevo donde, como leemos en el libro del Apocalipsis, Dios "secará todas las lágrimas de sus ojos, y no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni sufrimiento. Porque las cosas de antes han pasado "(Ap 21,4). Sí, esta es nuestra esperanza, la que motiva el paso de nuestra indignación a nuestra acción liberadora.

A llevar a cabo este buen propósito nos ayudan las dos lecturas que hemos escuchado. Por un lado Jaime nos invita a ser prácticos en nuestras opciones para que nuestra fe no sea muerta. No se trata de hacer esfuerzos heroicos, e incluso inhumanos, sino de vivir la fe con el corazón bien abierto al Espíritu de Dios y de dejarnos empapar por los mismos sentimientos y actitudes de Jesucristo que "tomó la condición de esclavo" para entregarse totalmente a nuestro servicio. Jaime nos invita a practicar las obras, pero a practicar las obras de Jesucristo y como Jesucristo. Y haremos estas obras allí donde estemos implicados, o donde nos sentimos llamados a implicarnos, conscientes de que su riqueza y variedad hará más humana y divina al mismo tiempo nuestra sociedad, porque sembrando semillas del Reino, semillas liberadoras, iremos liberando nuestro propio yo de todo lo que lo mantiene atado a una fe estéril.

Esta tarea, porque se trata de una tarea, y a veces muy dura, la llevamos a cabo empujados por el Espíritu del Señor que nos envía con su bendición, y con su poder y con su autoridad, para luchar contra todo tipo de daño. Como dice el texto de Lucas que hemos leído, los Doce reciben poder y autoridad para sacar todos los demonios y curar enfermedades, y Jesús los envía a anunciar el Reino de Dios y a curar a los enfermos. Es la misma misión que recibimos hoy para poner remedio a los males que nos toca vivir, los males que vive nuestro pueblo trabajador, el pueblo que vive la lacra del paro, los marginados de todo tipo que encontramos en la calle o en las puertas de nuestras parroquias o en las colas del paro, o en las colas para recibir la ayuda de Cáritas. Es el pueblo que se ve obligado a emigrar, los refugiados, los exiliados.

En la encíclica Laudato si' el obispo de Roma, el Papa Francisco, nos dice estas palabras claras y contundentes: Es trágico el aumento de los migrantes que huyen de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin ninguna protección normativa (n. 25). Según cómo, nos podría sorprender que Jesús envíe los Doce con la pobreza de medios que aparece en el texto: No toméis nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, y no os llevéis dos túnicas. Así como Jesucristo se ha rebajado hasta tomar la condición de esclavo, haciéndose pobre entre los pobres, así nos envía a nosotros, armados con nuestras miserias y precariedades, con nuestras limitaciones, con nuestras resistencias, ya que, como Moisés, también nosotros es posible que digamos: ¿Quién soy yo? Te pido que me excuses. Yo no sé hablar. No he sabido nunca. No me salen las palabras.

Los apóstoles volvieron de su misión explicando a Jesús lo que habían hecho. Es la llamada que nos hace también a nosotros de explicarnos ante Jesús: pasar la acción liberadora que habremos hecho por el tamiz del Evangelio, de la RdV, de la oración, para dar gracias, para pedir que Jesús nos acompañe en nuestra acción, para acoger el calor de la Iglesia a través del grupo de RdV, para enriquecer a los compañeros y para acoger con un corazón convertido las indicaciones y correcciones que nos hagan en el equipo.

No es menor, ni mucho menos, el actuar que nos proponemos con la prioridad de este año. Sólo la podremos realizar con gozo, y enriqueciéndonos como personas y como cristianos y cristianas, si la llevamos a cabo con los mismos criterios de Dios, es decir, desde el amor, y no desde la rabia o la reacción visceral. Y cada uno lo hará con los dones con que ha sido adornado por Dios. Recordemos este texto de la primera carta de Pedro: Pónganse los unos al servicio de los demás, cada uno según los dones que ha recibido, como buenos administradores de la múltiple y variada gracia de Dios. Si alguien habla, que sea para comunicar palabras de Dios; si alguien presta un servicio, que sea con las fuerzas que Dios concede. Así Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1 Pe 4,10-11).

Por último, os invito a acoger la bienaventuranza que Dios nos regala por boca del profeta Isaías: Qué hermosos son, sobre las montañas los pies del mensajero de buenas nuevas que anuncia la paz y la felicidad, que anuncia la salvación y dice a Sión: «¡Tu Dios reina ya!» (Is 52,7). Bienaventurados nosotros, mensajeros de la buena nueva de la liberación, de la paz y de la felicidad, para nuestro pueblo.



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Queremos acercar la experiencia de estar al frente del movimiento el tiempo que nos habéis confiado. Os mostraremos la cocina y los fogones, lo que habitualmente no se ve.

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