En las siglas de nuestro movimiento tenemos la A de Acción. Seguro que todos nosotros, empapados de esta A, nos implicamos en una o más acciones cada curso, cada mes o cada semana, según las posibilidades. Las realizamos con mucha responsabilidad y dando lo mejor de nosotros mismos. Esto nos dignifica a nosotros y quizás a los demás, y nos enriquece. Este enriquecimiento es el premio obtenido, aunque no sea buscado.
Las instituciones, sindicatos, asociaciones vecinales, parroquias, etc., son beneficiadas por el trabajo voluntarioso que dedicamos y a menudo nos lo agradecen. Pero estamos tan inmersos en estos compromisos que a menudo nos olvidamos de nuestro movimiento, el cual también necesita voluntariado en su seno. Si no pensamos seriamente en dedicarle horas, podría pasar que por no tener nuestra casa ordenada llegara el momento que no pudiéramos entrar.
La organización de ACO facilita nuestro cobijo. Y puede ocurrir que, si no la cuidamos asumiendo las tareas y servicios que hay que hacer, nuestras referencias, nuestras raíces, podrían llegar a desaparecer. Y si desaparecen, la fuente de alimento que nos proporciona ACO se podría secar. Y como consecuencia, podríamos estar rechazando este don que nos regala el Espíritu Santo de entregarnos a los demás, y podríamos caer desfallecidos y dejar, entonces, de dar fruto.
Siento que Jesús nos interpela: "¡El que tenga oídos que escuche!", Mc 4, 9.