(Pepe Baena, consiliario general) Esta pandemia probablemente a muchos de nosotros nos ha obligado a confinarnos por habernos contagiado o haber estado en contacto con una persona positiva de coronavirus. Es una situación en la que valoras la fragilidad dentro de tu condición humana. No es un añadido sino una compañera que de vez en cuando nos da muestras de presencia para recordarnos que somos barro animado por el Espíritu de Dios. Por ello, se entiende la dinámica divina de Cristo hacerse uno y una de nosotros: «Él, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó: tomó la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y las mujeres» (Filipenses 2,6-7).
Así, en estos días de encierro domiciliario me he sentido con las puertas abiertas para disfrutar en el misterio de Cristo para escuchar su respuesta ante nuestra fragilidad, mi debilidad, unida a la suya. En la jornada telemática de formación de consiliarios/as y responsables de ACO que se hizo el 27 de febrero pasado salían muchos interrogantes. Entre ellos la cuestión de quién cuida a Jesucristo para luego cuidarnos a nosotros. ¿Quién/quiénes nos cuida/n a nosotros? ¿Nos dejamos cuidar? Todo está relacionado el Gran Cuidador, Dios Padre con entrañas de Madre. Que se hace presente en toda su creación. Sí. Cuando descubro todos los momentos de Jesús que busca un espacio íntimo para encontrarse con su Abba (papa) y que después nos lo presenta en su oración universal y de hermandad (Padre nuestro que estás en los cielos...) y en un cuento con mucho mensaje que se llama el hijo pródigo (o el Padre bueno) (Lucas 15,11-32).
También me sale un agradecimiento profundo para aceptar que el cuidador debe dejarse cuidar por los demás, por la comunidad que acompañas, por el grupo que haces camino, por el amigo y la amiga por muy lejos que esté, por la gente del barrio y del pueblo que siempre cuenta... Así, la debilidad es fortalecida por el amor fraterno que huele a santidad del día a día. «Ayúdense a llevar las cargas los unos a los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas 2,6). Sí. Acompañarnos con las propias cargas que, a pesar de que pesan, son llevadas a la sombra de la Cruz de Cristo. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Aceptad mi yugo y haceos discípulos míos, que soy manso y humilde de corazón, y vuestra alma encontrará reposo, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mateo 11,28-30).
Puedes ver la ponencia grabada de Pepe Laguna en el enlace.