[Ana Maria Giménez Bonafé] La primera semana de agosto participé en la peregrinación que hicimos un grupo de pradosianos y amigos del Prado a los lugares de referencia del Padre Antoine Chevrier en Lyon. Fue un viaje en el que conocí los lugares donde el beato vivió, ejerció su ministerio y murió.
Antoine Chevrier fue un cura lionés de mediados del siglo XIX que, a partir de la meditación sobre la pobreza que hizo en Nochebuena de 1856, decidió dejarlo todo y vivir lo más pobremente posible. Fundó su obra comprando una sala de baile en Lyon llamada Prado para formar curas pobres para los pobres.
El primer lugar que visitamos fue la casa en la que nació Jean-Marie Vianney, el párroco de Ars, en Dardilly. Estos dos presbíteros fueron contemporáneos y les caracterizó el amor apasionado que sentían por Jesucristo y su manera de vivir desde la sencillez y la pobreza. El Padre Chevrier consultó al rector de Ars sobre su vocación y recibió un estímulo especial del venerable para continuar con su obra. Celebramos la eucaristía en el pueblo de Ars donde Jean-Maria Vianney ejerció su ministerio.
Nos alojamos en Limonest, casa de espiritualidad que compró Chevrier para formar a seminaristas. Allí nos enseñaron sus manuscritos, vimos la habitación donde pasó temporadas enfermo y escuchamos el testimonio del presbítero que se encarga de los manuscritos, de la obra educativa del Prado y el testimonio de las hermanas del Prado que viven en el edificio de al lado. Para mí, como laica del Prado, ver sus escritos originales con su letra y tan cerca, me emocionó. Ver las columnas que hacía con sus comentarios al evangelio y sus reflexiones me conmovió profundamente. El escrito El Verdadero Discípulo de Nuestro Señor Jesucristo, obra inacabada, es fruto del profundo amor que sentía por Jesucristo. Es su testamento espiritual, una recopilación de sus estudios de evangelio personales, las conclusiones que sacaba a partir de la contemplación de Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio.
El conocimiento de Jesucristo es uno de los tres “todos” del Padre Chevrier junto con tener el espíritu de Dios y evangelizar a los pobres. Si conocemos más a Jesús, le amaremos más y le seguiremos más cerca y esto se hace a partir del estudio de evangelio personal respondiendo a un tema o a una pregunta que nos hacemos. Estudiar así el Evangelio es una de las características que nos identifica como miembros del Prado.
La parte culminante de la peregrinación fue visitar el Prado, que era una antigua sala de baile que compró el P. Chevrier para catequizar a los niños pobres. Llegamos allí pasando por el barrio de la Guillotière (barrio que sufrió graves inundaciones en su época), y por la iglesia donde pedía limosna. Fue una experiencia única y muy deseada. Allí nos acogieron de forma exquisita. En la capilla donde se encuentra la tumba del beato Chevrier, el responsable internacional del Prado, Armando Pasqualotto, nos hizo algunas reflexiones sobre el misterio del nacimiento de Jesús, la cruz y la eucaristía. Y es que el verdadero discípulo de Jesucristo, según el Padre Chevrier, debe vivir su ministerio a partir de la encarnación de Jesucristo, que nació en un pesebre, fue crucificado en el calvario y entregado como buen pan en la eucaristía por todos nosotros, pero especialmente para los más pobres. Allí también visitamos el museo y la humilde habitación donde murió.
El momento más especial y emocionante fue visitar el mural de Saint Fons, donde están escritos, en tres columnas, los tres signos de la perfección evangélica: pesebre, calvario y tabernáculo, fundamentos de la espiritualidad pradosiana. El mural está situado en un local muy sencillo junto a lo que era entonces una granja. El propietario, al ver a menudo al P. Chevrier orando a la intemperie, decidió darle esta pequeña estancia. A partir de entonces, él iba allí unas tres o cuatro veces al año a rezar, solo y en silencio. Más adelante, también llevó a los seminaristas a hacer retiros. Estuvimos en silencio un buen rato meditando sobre el camino de todos aquellos que queremos configurarnos a Jesucristo y evangelizar a los pobres. La eucaristía celebrada allí mismo para mí fue única y muy sentida. Tengo que decir que estar ahí es uno de los mejores regalos que me ha hecho la vida.
Fueron unos días de hermandad en los que nos sentimos una familia compartiendo muchos ratos de convivencia, oración, buen humor, estudios de evangelio diarios y eucaristías unidos por el amor tan grande que tenemos a Jesucristo. Quisiera destacar también el testimonio de Jaume Obrador, presbítero de Mallorca que compartió su experiencia como misionero en Burundi.
Fue una experiencia única que guardaré para siempre en mi corazón. Me ha acercado más al beato Chevrier y su espiritualidad. Doy gracias a todos los peregrinos con los que he compartido estos días. Volví a Barcelona con fuerzas renovadas para intentar convertirme, con la ayuda del P. Chevrier, en una buena seguidora de Cristo y de la Buena Nueva de Evangelio.
Esta peregrinación también la explicaron Lurdes Collet y Manel Grau en el Llevat dins la Pasta, de Ràdio Estel. Puede escucharse en el enlace.