«Retomar los vínculos colectivos y la autoconciencia son los únicos remedios capaces de dar la vuelta a esta situación»
En el último ensayo de Remedios Zafra Alcaraz (Zuheros, 1973), El bucle invisible (Ediciones Nobel, 2022) se cuela parte de su vida: el trabajo agrícola en su pueblo de Córdoba, el hogar y la convivencia, la elección ciencias/letras del bachillerato, las dificultades para explicar a los padres su oficio, los males físicos y del alma, la degeneración de la profesión vocacional… Todo ello permite conectar con la autora y, probablemente, como en libros precedentes suscitar toda una corriente de vivencias compartidas con los lectores. Nos recibe cordialmente (y pantalla mediante) en su despacho del CSIC.
Eres natural de un pueblito de Córdoba. Esa ruralidad primigenia, ¿qué te aporta?
Tiene mucho que ver con los olivos: esa idea del árbol enraizado y que descubre lo que hay fuera, como dice Virginia Woolf: “Tengo raíces, pero fluyo”. Se puede habitar en esa contradicción, aunque integrarlo es complicado: unos orígenes que arropan (y a veces aprietan) y que también permiten volar. Además, son parte imprescindible de mi escritura; me interesa la observación del mundo para la compresión, pero una observación desde lo biográfico, pues los estudios basados en los datos en masa no profundizan en las personas. Profundizar significa conocer, el valor que da la reflexión escuchando al otro y profundizando en uno mismo. Uno de los aprendizajes que al ser de pueblo he tenido lo explico en Lo mejor (no) es que te vayas (Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino del Gobierno de España, 2007). Son historias de mujeres en las que narro las distintas posiciones que una persona se encuentra en un pueblo pequeño desde que nace: lo que más se te repite es que “lo mejor es que te vayas”, para formarte, para no repetir una herencia de desigualdad… El descubrimiento de la libertad que implica ese consejo implicó, en mi caso, tomar distancia del pueblo para ser libre. Es la metáfora de la elipse transformadora de los antropólogos Edith y Victor Turner, es decir, inicias un peregrinaje y vuelves transformado o no vuelves, porque algunos consideran que el lugar de origen les ha oprimido.
En el tránsito hacia la madurez, ¿con qué parte esencial de ti estás conectando?
Estoy justo en ese momento vivencial de toma de conciencia de recuperación de la materialidad del cuerpo, pues pareciera que en los últimos tiempos volaba sin cuerpo, cuando hay un cuerpo propio y cuerpos a los que cuidar. En los trabajos intelectuales y abstractos parece que con la voz y la presencia está todo. Pero ese cumplir años te zarandea, te trae las enfermedades de los cercanos y propias, el envejecimiento de los padres. En mi caso, el cuerpo se ha pronunciado radicalmente y ha llamado la atención. ¿Era incapaz de frenar en esa vida-trabajo que nos caracteriza? Mi voluntad iba por un lado y el cuerpo ha llamado a detenerse. Los trabajos vocacionales que nacen con pasión por un hacer, que tienen que ver con lo creativo, con lo social, con la idea de mejorar las cosas, los vives como un tesoro. Pero en los últimos quince o veinte años, lo que daba sentido ha quedado sepultado por estratos de rutinas, de exigencia, de compromisos, de presiones por conseguir una estabilidad económica. Lo sufro muchísimo. La única manera de calmar esa cierta angustia es con atracones de poesía, ha sido una vuelta a esa espiritualidad, un pozo para descubrir esa sensibilidad con lo humano y lo social que seguía estando dentro.
De hecho, El bucle invisible está escrito en una convalecencia.
Sorpresivamente, muchos lectores se han identificado con esto, no habría escrito el libro si no hubiera vacaciones, pues la mayor parte de nuestro tiempo se ocupa con trabajos relacionados con la burocracia, con su evaluación… Los tiempos de concentración están reducidos a vacaciones y al descanso, esto es perverso. Hace unos dos años tuve una operación de retina, aquel reposo lo recuerdo con gran nostalgia. La salud me obligó a frenar, pude parar de veras y romper ese vínculo con la tecnología. Ese tiempo de introspección y ensimismamiento fue un tiempo ganado para la lectura y a grabar fragmentos de texto. Me sobrecojo con lo que digo: es inadmisible que podamos empujar a las personas a que los únicos tiempos para ese descanso e introspección se reduzcan a los de la enfermedad.
¿En algún momento has recibido un trato inhumano, es decir, te has sentido tratada como un instrumento, como una fuerza productiva o como cualquier objeto de uso y abuso?
Sentirlo ha sido justamente el motor de mis últimos libros (El entusiasmo, Frágiles, El bucle invisible). No sé si hay un agente específico que ejerza ese daño. ¿Son jefes que presionan? Esa presión está hoy desdibujada, tiene que ver con la cosificación del sujeto que se deshumaniza, el sentirnos como engranajes de una maquinaria. Una de las señas de época es la manera en la que estamos construyendo los trabajos contemporáneos, tolerando que esos poderes que están ahí (fuerzas tecnocapitalistas, difíciles de personificar) se apropien de la totalidad de los tiempos (vidas-trabajo). La tecnología ha permitido la globalización de la presión que tiende a convertir las vidas en vidas-trabajo.
Sueles comparar capitalismo y patriarcado.
Es perverso proyectar en nosotros la responsabilidad de lo que estamos sufriendo. Si nos acercamos al patriarcado vemos que es un sistema de poder que ha convertido a las mujeres en mantenedoras de su propia subordinación, la obligación de reiterar un sistema que las oprime que, por ejemplo, promueve la enemistad entre mujeres (esto tiene similitud con la rivalidad entre trabajadores compitiendo entre sí). Existe otra analogía: el capital simbólico o el capital afectivo con que el capitalismo paga como pago suficiente, por ejemplo, sin entender que los cuidados transversalizan nuestra vida. En el trabajo puede haber un pago simbólico a través de la visibilidad o el prestigio que puedes canjear con otra remuneración. Descubrir estas analogías me permitió cambiar el sentido de la autoexplotación: esto que parece electivo, no lo vivo así, lo vivo como presión y es deshumanizador. En la autoexplotación hay una responsabilidad no en el yo sino en el nosotros bajo una fuerza externa que es el capitalismo.
Esto que explicas de la competencia inducida entre mujeres, se desmonta en algunas películas recientes como La Maternal.
Hay una lectura propositiva de apropiarnos del aprendizaje del feminismo, la que viene de la sororidad, la gran revolución de la alianza y el hermanamiento entre mujeres, que descubren una desigualdad educada, la empatía que rompe con la inseguridad educada. Critico como las fuerzas tecnocapitalistas convierten al sujeto en producto animándole a exhibir la privacidad; pero frente a esa fuerza externa existen también apropiaciones de las redes para exponer lo íntimo y lo privado cuando ha sido opresivo y construir una alianza colectiva, como sucedió con el movimiento #MeToo, que denunció formas de violencia normalizada. Esa sororidad contagiosa como hilo de acero que une y crea una empatía valiosísima entre mujeres, también vale para el contexto laboral, para reforzar colectividades y comunidades.
Defiendes con ahínco lo público. ¿Por qué es necesaria esta lucha?
Lo público es el corazón de la igualdad, lo creo desde la experiencia íntima vivida y desde la observación profunda. Si la desigualdad creciente caracteriza al mundo contemporáneo, una de las herramientas que permiten contrarrestarla es lo público. Garantiza que las personas tengan oportunidades y derechos, independientemente de la calle donde naces, el cuerpo en el que naces, el género con que creces, la familia que te corresponde… Esas diversidades que forman parte de nuestras identidades son compatibles con la igualdad. Igualdad y diversidad van de la mano. Cuando digo público me refiero a una sanidad pública que te garantiza, independientemente de tu poder adquisitivo, poder aspirar a vivir y contribuir en lo social y a la educación pública, que para mí han sido garantía de supervivencia. La educación pública nos ha alentado, ha permitido optar a oportunidades que crean un suelo social y que nos iguala como humanos. La tolerancia y convivencia de diversidades y la libertad de las personas de pensar por sí mismas vienen de la educación pública de calidad (no burocratizada, ni mercantilizada).
La presidenta de la Comunidad de Madrid, donde vives, no opina lo mismo.
Las críticas a lo público me cuesta no verlas como sesgos u opiniones interesadas, lo público parece estorbar a las ansias de enriquecimiento. Mensajes como el constrúyete a ti mismo, tú puedes, favorecen el individualismo y el modelo neoliberal y dificultan la construcción de lo colectivo. O cuando se plantea la libertad como algo opuesto a lo que nace de lo público. He sufrido en carne propia lo que sucede en Madrid con los servicios públicos, se enmascara esa privatización con un mantra de un gobierno con bellas palabras como libertad, crecimiento, felicidad, que esconden mucha desigualdad e injusticia.
Vidas-trabajo
Intentar circunscribir el trabajo a un horario concreto, ¿es una batalla perdida?
Con la tecnología se ha agravado eso, hay que luchar para que esa batalla no se pueda perder, pues garantiza nuestra humanidad. Sin tiempo no solo no podemos pensar libremente, no podemos ser sujetos; la deshumanización tiene su fórmula más evidente en esa neutralización o fagocitación de los tiempos por los trabajos. El trabajo se ha transformado de muchas maneras: han quedado desdibujados en tareas líquidas muy mediadas por la tecnología, que no sabemos muy bien donde acaban. La tecnología, al ser portátil, siempre va con nosotros y así el trabajo viene con nosotros; hemos ganado los espacios, pero hemos perdido los tiempos. Hace años lo veíamos como algo favorecedor para la conciliación, pensábamos que tendríamos una mejor vida a través de la tecnología, pero lo que nos encontramos es una apropiación por parte del trabajo de la mayor parte de los tiempos (vida, sueño, descanso). Nos resulta muy complicado desconectar.
¿Qué factores influyen en todo esto?
Por un lado, las propias lógicas que se esconden en las aplicaciones, en las que hay una intencionalidad evidente de crear adicción, captan y enganchan la atención basándose en la industria del juego. En las redes sociales hay unas estructuras que hemos normalizado como si fueran calles públicas, pero no son un espacio público democrático pues están regidas por pocas empresas que concentran gran parte del poder y del dinero. Todo esto es necesario regularlo. Por otro lado, tenemos similitudes entre los trabajadores contemporáneos y los artistas o los trabajadores creativos, con la preeminencia del yo-marca. Esto es, gran parte del trabajo se proyecta sobre una firma. La exhibición del sujeto en las redes sociales lo ha mercantilizado y lo ha expuesto a una grandísima vulnerabilidad, al verse sometido al escrutinio público las 24 h. Además, cuando pensamos en artistas su identidad tiene que ver más con un ser más que con un hacer. Igual que un artista lo es todo el tiempo, el trabajo nos inunda y se apropia de la totalidad de los tiempos. Esto tiene similitud con el trabajo doméstico de las mujeres, no valorado y no remunerado, al cual se dedica energía psíquica incluso cuando no se trabaja. Interrumpir este bucle para tomar conciencia no siempre es posible, pues estamos imbuidos en una diversidad de prácticas y actividades mediadas por la tecnología en las que difícilmente hay un límite.
¿Qué está en juego?
Es el tiempo que nos permite vivir, ser conscientes de lo que somos y recuperarnos. Hay síntomas de ese agravamiento en la reiteración de la palabra agotamiento (siempre hay cosas que hacer) y que se materializa en otra seña de época: la tecnología química, es decir, la normalización de los ansiolíticos y antidepresivos. Especialmente los ansiolíticos responden a lo que nos perturba y nos permiten ser productivos sin enfrentarnos a la necesidad comunitaria. Retomar los vínculos colectivos y la autoconciencia son los únicos remedios capaces de dar la vuelta a esta situación.
Simone Weil
Simone Weil, una autora a la que recurres, se ocupó de la urgencia y la necesidad de recuperar los lazos de comunidad. ¿Por qué es significativa hoy?
Hay una clave de transformación en el poder de lo colectivo. La cultura contemporánea se construye revalorizando lo individual, hay un espejismo de libertad cuando elegimos, cuando en realidad somos orientados. “¿Acaso podemos no estar en las redes sociales?”, se preguntan los jóvenes. Lo que se plantea como una elección se vive como una obligación. Existe una grandísima diferencia entre las formas de colectividad que promueven las redes sociales (se trata de una comparecencia, más que sentir, construir y formar parte de una comunidad) con vínculos más livianos. Quizás son más fuertes en los adolescentes. Lo cierto es que hay polaridad en los discursos y un espejismo de diversidad allí donde hay homogeneidad. Se acentúan los clásicos estereotipos: Instagram es una red muy estetizada, protagonizada por chicas y mujeres. Se trata de colectividades condicionadas por la máquina en quien se ha delegado la construcción de ese hilo liviano de colectividad como suma de individualidades.
Al pensar en contextos para crear comunidad, pienso en palabras que no están de moda (decrecer, ralentización, descanso, no productividad) y que tienen que ver con los tiempos vacíos, con la distancia, con el desvío de la rutina. Comenzando por uno mismo nos permite llegar al otro a través de la escucha, la compresión y la empatía. Y esto enlaza con Simone Weil, una grandísima filósofa desde la coherencia de practicar lo que se predica, por ejemplo, encarnando en el cuerpo propio el dolor del trabajo. Esa vivencia encarnada nos ofrece un conocimiento más profundo e íntimo que necesitamos hoy más que nunca, pues no se propician espacios para preguntarnos por el otro, empatizar y escuchar al otro. Weil reivindica la comprensión y la empatía como formas necesarias para transformar el mundo y mejorar la situación de los trabajadores. No solo se pone en el lugar de los iguales, también pide mirar a los superiores e ir más allá de los prejuicios, pues dificultan los entendimientos y que podamos vernos como una comunidad mayor con intereses compartidos. Lo que más me moviliza de la filosofía de Weil tiene que ver con su visión moral: según ella, una organización es buena si tiende a minorar las desigualdades, no quitando derechos, sino dándolos. Y advierte de algo que hoy tiene mucha actualidad: una organización puede ser odiosa si favorece compartimientos estancos, repetirnos en el siempre igual, en los bucles invisibles. Estando siempre ocupados y activos tenemos la sensación de estar siempre prosperando cuando, de hecho, estamos perdiendo calidad de vida y precarizándonos. Theodor Adorno decía que la esperanza está en el desvío frente a lo siempre igual, que comienza con la autoconciencia. Ahí hay un interruptor que se enciende.
¿Es aquí donde encuentras la esperanza?
Así es, no sirve de nada si no hablas con otro, para ello necesitas escuchar al otro. Mi libro Frágiles son historias contadas con profundidad, con tiempo y con intimidad. Ser consciente de esto cambió mi escritura: no escribo a un conjunto, sino que se trata de hablar de uno a otro, un hablar íntimo. Quería construir comunidad desde el dos. Mi función era mediar entre esos contadores de historias y hacerlos coincidir para que se reconozcan, sentir que no estás solo. Sentir que ese agotamiento, ese dolor que nos lleva a querer irnos de nuestro trabajo es algo que sienten otros muchos. Nos puede llevar a esa cohesión comunitaria o a la movilización (pensemos en la Gran Dimisión en Estados Unidos). Colectividad se relaciona con el futuro: tengo una visión contradictoria sobre el presente. A menudo el futuro puede contribuir a desalentar, a no implicarnos con el ahora. Ese desaliento con el futuro, y de los jóvenes, puede contribuir a refugiarse en el ahora más complaciente: “Me dedico al día a día y voy a lo mío”, puedes decirte. Para mí el futuro es una palabra importantísima: cuando consideras que el futuro es modificable (colectivamente), esto sí que incentiva a esa cohesión, a ese lazo comunitario, a la solidaridad como costura comunitaria.
Destacados
«Los tiempos de concentración están reducidos a vacaciones y al descanso, esto es perverso»
«La tecnología ha permitido la globalización de la presión que tiende a convertir las vidas en vidas-trabajo»
«En la autoexplotación hay una responsabilidad no en el yo sino en el nosotros bajo una fuerza externa que es el capitalismo»
«La sororidad como hilo de acero que une y crea una empatía valiosísima entre mujeres, también vale para el contexto laboral»
«La desigualdad creciente caracteriza al mundo contemporáneo y la herramienta que permite contrarrestarla es lo público»
«La exhibición del sujeto en las redes sociales lo ha mercantilizado y lo ha expuesto a una grandísima vulnerabilidad, al verse sometido al escrutinio público las 24 h»
«Los ansiolíticos responden a lo que nos perturba y nos permiten ser productivos sin enfrentarnos a la necesidad comunitaria»
«Cuando consideras que el futuro es modificable (colectivamente), esto sí incentiva a esa cohesión, a ese lazo comunitario, a la solidaridad como costura comunitaria»
Pies de fotografía.
El último ensayo de Remedios Zafra ha obtenido el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, 2022.