«Es obvio que el Papa viene a Marruecos para los cristianos que aquí vivimos; pero no creo equivocarme si digo que viene también y sobre todo para el pueblo marroquí, que aquí nos acoge como hermanos.» Ante la visita a Marruecos del papa Francisco los próximos días 30 y 31 de marzo, el obispo de Tánger, Santiago Agrelo ha dirigido una carta circular que hace hincapié «en la llamada a los cristianos y musulmanes a trabajar por la paz, a obrar según justicia, a ser solidarios con los demás, a promover la libertad de todos.»
En la misiva también hay una atención específica «a los últimos de los últimos, los migrantes.» Puedes consultar la carta en el enlace.
Igualmente, relacionado con el significado profundo de las tradiciones espirituales, os compartimos este artículo del jesuita, Javier Melloni:
Presente y futuro de las tradiciones espirituales
La primera cuestión es acercarnos a la palabra tradición.
Tradición significa transmitir. Transmitir no es repetir. Tampoco es inventar. Está entre ambas cosas. Sería “recrear”, pero recrear a partir de lo que se ha recibido.
Toda transmisión tiene al menos cuatro tiempos.
El primero es la recepción. Lo que nos llega a través de la tradición es como una antorcha que ha pasado de mano en mano. Ese fuego ha sido prendido antes y viene de muy lejos. Recogemos la llama que nos llega de las generaciones precedentes.
El segundo momento es asimilar lo que estamos recibiendo. Eso requiere toda una vida y además hay diferentes capas de asimilación y de sedimentación.
Sólo si hacemos nuestro lo que hemos recibido podemos recrear, lo cual no es inventar ni improvisar. Ese es el tercer paso: una recreación, aportar algo nuevo que no existía todavía, como germina una semilla de un fruto que pendía de una rama antigua. El talle, las hojas y sus flores son nuevas, no repetidas.
Finalmente está la transmisión: el nuevo árbol genera sus propias semillas para que prosiga la vida. Lo recibido se traspasa a través de la asimilación y recreación que se ha producido al convertirlo en vida en uno mismo.
Pertenecer a una tradición comporta, pues, la responsabilidad de transmitir con fidelidad y a la vez con creatividad lo que se ha recibido. No solo se trata de una responsabilidad, sino también de un deseo y de una convicción: que lo que ha sido depositado en las propias manos merece ser traspasado.